domingo, 6 de mayo de 2012

TODOS VUELVEN


 ¿Qué puedo decir o escribir en este último capítulo? Tengo muchas historias con las que seguiría alimentando mi blog; pero todo tiene su principio y su fin, y con nostalgia buscaba una historia que cerrara con broche de oro este primer ciclo.
Pensé que sería bueno escribirles sobre mis quince años, y como un amor de aquella época me enfrentó con mi familia, pero la llamada de David me dejó helada.
-  Acabo de ver a Alfonso – soltó la noticia como si se tratara de una noticia cotidiana como si hubiera visto a la tal Teresa, o Pepe (el vecino simpático) -. No te quedes callada, dime algo carajo. ¡Madre mía! Creo que la noticia te causó un desmayo. Voy para allá.
-  No seas tonto – mis palabras se escucharon ahogadas. Respiré hondo y recuperé el aliento -. ¿Qué diablos estás diciendo?
-  Hijita mía, lo vi cuando salía del aeropuerto. En un inicio creí que estaba soñando o confundiéndolo con alguien más, pero luego de verlo a unos metros y compararlo con las fotos que me mostraste me di cuenta que era él. El mismo peinado, los mismos ojos engatusadores, y ese porte tan varonil. Es él Fermina.
En momentos como este una mujer quisiera que el tiempo se detuviera. Ponerle pausa como a las películas del DVD. Pero sabes que en la vida real eso imposible.
Tantas imágenes vinieron a mi mente que me resultó imposible evitarlas. Eran un vendaval de recuerdos que sin darme cuenta había guardado y que ahora se escapaban tan fresquecitos como si todo hubiera sucedido ayer.
-  ¿Qué harás mujer?
-  No lo sé, y no quiero saberlo. Han pasado más de ocho años desde que él decidió irse a California, y ocho años donde las heridas dejadas por su mejor amigo y él fueron curadas.
-  Pero no crees que merece al menos un saludo después de todo lo que hizo por ti.
-  Please David, no me hagas sentir culpable. ¿Qué ganamos hablando? Han pasado más de ocho años. Él debe de haber formado ya una familia. Tendrá una casa, niños en el kinder y una esposa que lo espera en casa.
-  Nada de eso hijita. Sigue soltero.
-  ¿Y tú cómo lo sabes?
-  Me lo dijo antes de despedirnos.
Si la noticia de su aparición me dejó como la canción de Shakira: “bruta, ciega, sorda, muda”; la confesión de David me dejó con el corazón en suspenso.
- ¿Qué diablos estás diciendo? Ustedes nunca se conocieron como para charlas de esos temas.
-  Lo sé, pero la persona que fui a recoger si lo conocía lo suficiente, y fue quien me sacó de duda cuando lo llamó por su nombre. Viene al matrimonio de su hermano menor. Estará aquí un par de semanas y luego viajará a México por negocios. 
Mi estómago era un congestionamiento de mariposas que revoloteaban sin descanso. ¿Qué pasaba con el mundo? ¿Qué le había dado al destino por joderme otra vez?
Hace unos días había dejado de salir con un americano. Entendí por tercera vez en mi vida que por más conviva y trabaje con ellos, nunca asumiré sus costumbres. Luego de esta experiencia prometí no salir nunca más con algún ‘gringo’.
Estaba pensando en tomarme un tiempo, retomar las salidas con mi inseparable amigo, David, y ahora él mismo se encargaba de darme esta noticia, que no sé si llamarla buena o mala.
Pero las mariposas seguían allí y tenía que averiguar si la noticia era buena o mala, y David tenía razón: Alfonso merecía un saludo mío a pesar que yo nunca lo traté como se lo merecía.
En los primeros capítulos de este blog mencioné que hubo tres hombres que acribillaron mi corazón y otros tres a quienes lastimé yo, bien Alfonso es uno de ellos.
-  ¿Y qué quieres que haga? – pregunté.
-  Esto no se puede hablar por teléfono hijita, ahora mismo te voy a ver, mientras tanto recupérate y cambia esa cara de espanto que me imagino la tienes. Mira, lo único que sé, es que en todo el tiempo que te conozco siempre ha habido cierto recelo para con los hombres, pero para Alfonso fue todo lo contrario. El destino lo trajo por algo.
Las últimas palabras de David no son nuevas para mí, al contrario las conozco demasiado, y sólo lograron ponerme más nerviosa.
Cuando mi amigo llegó me puso al tanto de como sucedió el extraño encuentro: La noche anterior su hermana le rogó que recogiera a su cuñada, Gabriela, una mujer muy atractiva, que según él de haber nacido con más hormonas masculinas se la hubiera cogido porque le parecía simpática y ella también se le había insinuado a pesar de conocer sus preferencias sexuales.
-  Con mucha cólera acepté hacerle el favor a mi hermana y  cuñado. Ambos andan tan ocupados organizando la fiesta de quince años de mi sobrina…. En fin, estuve puntual en el aeropuerto, bien fashion como siempre para demostrarle que a pesar de ser gay tengo más clase que los hombres con los cuales se revuelca en la cama – sonrió.
-  ¿Pero cómo sucedió el encuentro con Alfonso?
-  Mientras esperábamos las maletas, él apareció. Desde que lo vi su presencia me llamó la atención. Muy guapo el tipo. Cuando Gabriela recogió su maleta y levantó la mirada lo llamó por su nombre. Se notó su sorpresa porque al verla arqueó las cejas, pero luego la reconoció. La trató con respeto, sin ninguna coquetería que me hiciera sospechar que el cabrón se la haya cogido alguna vez.
Gabriela nos presentó, y fue cuando conecté su rostro con las fotos que me mostraste.
- Volví a Dallas porque se casa mi hermano menor. Tomé mis vacaciones, así que aprovecharé estas dos semanas para visitar viejas amistades – sonrió -. Cuéntame ¿y tú qué haces aquí? – le preguntó a Gabriela tomando sus dos maletas.
-  También vine a visitar a mi hermano.
-  Que es mi cuñado – sonreí sin quitarle la mirada al hombre.
-  Me imagino que ya estás casado – le inquirió Gabriela -. Hace varios años que no te veo.
-  Estuve a punto, pero un improvisto me ayudó a no cometer el error. Sigo soltero, ¿y tú? Una mujer tan simpática no puede estar soltera.
-  Lo estoy, y si quieres pareja para el matrimonio de tu hermano te puedo acompañar – respondió la muy regalada. Alfonso sólo sonrió, contestando que ya tenía pareja.
-  No pienses mal. Seré la pareja de la hermana de la novia. Tú sabes, para que no se sienta sola.
-  Con tantas redes sociales y toda la cosa no están ayudando a unir parejas hija mía – con esta frase mi amigo finalizó la historia.
David se levantó del mueble, fue por un vaso de jugo de naranja a la cocina y regresó al mismo lugar.
-  Hijita, para resumirte la historia. Alfonso se hospedará en el Hilton Hotels – se tomó su vaso de naranja, me dio un beso en la mejilla y deslizó en mi mano la tarjeta personal de Alfonso.
-  Él está esperando tu llamada – me dijo guiñándome el ojo con una sonrisa cómplice.
Cerró la puerta, y acá estoy, con la tarjeta en mis manos leyendo el nombre completo de Alfonso y sin saber qué hacer.

domingo, 29 de abril de 2012

NO EXISTE EL MATRIMONIO PERFECTO



Una de las principales dudas de la gente es saber si existe el matrimonio perfecto. Sabemos que no es fácil llevar uno, por más que la pareja se quiera y grite a los cuatro vientos que son felices. Y ustedes dirán, pero Fermina, tú qué sabes, si tienes cuarenta años y sigues soltera.
Todo tiene su explicación. Mi madre como sabrán, la principal insistente en que encuentre a alguien para casarme me ponía siempre de ejemplo a Elvira, mi hermana mayor. Según mi madre Elvira tenía el matrimonio perfecto: un buen esposo, además de simpático, tenía dinero, y un buen puesto de trabajo.
- Búscate un gringo – decía en sus primeros consejos para luego finalizar -. ¡Aunque sea un mexicano ranchero hija, pero cásate!
Luego de leer mi blog mi madre cambió un poco, y por estos días andaba de viaje en un crucero con su galán, muy al estilo de Fermina Daza y Florentino Ariza de la novela: “El amor en los tiempos del Cólera”. El viaje lo pagamos nosotros, sus hijos, con tal de verla feliz. Está demás decirles que para que dejara de llamarme tuve que responder a todas sus preguntas de cómo hacer que le funcionara aquellito a su Don Juan.
Pero lo principal y lo mejor de su viaje es que no presenciaría algo tan angustiante que le hubiera dejado con el corazón roto al saber que el matrimonio perfecto de su hija mayor se había desboronado como un castillo de arena.
Un domingo por la mañana apareció mi hermana en mi departamento con sus cuatro hijos y sus maletas.
-   ¿Qué carajos pasó con ustedes? ¿Los Mayas cumplieron sus profecías en el D.F.?
-   Mi mamá descubrió que mi papá le es infiel con una chica veinte años menor que ella – se adelantó Mariana, mi sobrina mayor abriéndose paso.
-      ¿Y tú no estabas casada también?
-   No funcionó la relación y regresé con mis papás para ser testigo de todo sus pleitos.
-     ¿Tía podemos entrar a dormir? – habló mi sobrino de doce años.
-    Pasen – les dije tratando de ayudarles con las maletas. Mi hermana no decía nada, era una zombie viviente. No vestía como las viejas fresas de sus amigas. Tenía los ojos hinchados e ingresó sin decir una palabra, tampoco quise presionarla. Instalé a todos en los dos cuartos libres.
Tenía en mi departamento a dos mujeres con un matrimonio roto. ¿Qué hacer en estas circunstancias? “El yo te dije”, no cuenta, es el peor error que solemos hacer. Tu amigo, o familiar ya tuvo lo suficiente como para seguir señalándole con el dedo acusador. Quiero mucho a mi hermana como a mi sobrina.
Luego de ver que todos dormían después de un largo viaje fui a la cocina por un café y llamé a David, lo iba a necesitar en casa. Sola  no podría levantar el ánimo a dos mujeres.
-    ¿Y qué diablos pintaré yo allí? Tu hermana siempre fue muy especial. Se creía el pito del Papa. Muy modosita la cabrona.
-  Tú vente nomás carajo, les diré que te había invitado a desayunar. Además mi sobrina te estima mucho.
-   ¡No mames! ¿No se casó hace poco? Pinches chamacos(as) ahora lo ven el matrimonio como si fuera moda. Cuando pasa la temporada cambian de parecer. Allí estaré, pero ando con una cruda del demonio.
-   No importa mijo, aquí te preparé un café bien cargado, sabes que siempre te atiendo como a un rey.
-     Corrección plebeya como a una reina dirás. Me baño y salgo para allá.
Gracias a Dios la noche anterior me había acostado temprano.
-  ¡No pienso regresar con ese hijo de puta! – Elvira soltó las palabras al aparecer en la cocina -. Cree que soy una estúpida.
-  ¿Cuándo te enteraste?
- Empecé a sospechar hace unos meses. Contraté un detective, pero nunca me trajo resultados. Ahora creo que Alberto lo sobornó para que me mintiera.
-  ¿Quién es ella?
-  Su secretaria, una chamaca de veinticinco años.
-  No necesito saber más. Casi de la edad de Mariana.
-  Lo mismo le dije cuando encontré a los dos en un hotel. Y no me mires con esa cara… Claro que los seguí, tenía que verlos. Ella se lo estaba chupando cuando abrí la puerta.
-  Cosa que tú nunca lo hiciste – sonreí.
-  Soy la madre de sus hijos; su esposa, no una puta.
- Ahora esa puta está por quitarte todo. No sólo tu marido y tu casa, sino todo tu mundo de burbujas donde siempre viviste. ¿Lo has pensado?
-  Pensé que me ayudarías.
-  Lo estoy haciendo. Llegaste aquí sin a avisar. Estás emputada porque tu marido te es infiel. ¿Qué hombre no lo es? ¿Y que mujer no se levanta después de una infidelidad? Todas hemos pasado por eso, claro excepto tú. Pero aquí no se trata de buscar culpables. ¿Qué piensas hacer en adelante?
-  Me quedaré a vivir aquí en Dallas.
-  ¿Has pensado en tus hijos?
-  Están de vacaciones y puedo hacer el traslado sin problemas.
-  Suena bien – le dije retomando la preparación de la comida para mis sobrinos.
-  ¿Piensas que no soy capaz? – se adelantó.
- Elvira, terminaste tu carrera de ingeniera para contentar a nuestros padres, porque sabías que con el dinero que tenía Alberto no trabajarías en toda tu vida. Nunca lo has hecho, ni siquiera eres capaz de atender a tus hijos, sino fuera porque te ayuda tu nana, que por lo que veo se quedó en la casa en el D.F. Tus uñas, tus dedos no conocen los cayos, tus zapatos no conocen el dolor por estar parada las ocho horas laborales.
-  Ya lo sé, pero hoy he vuelto a nacer. Seré otra persona y para empezar te ayudaré en la cocina. 
Cuando terminamos de preparar la comida ingresó David usando la copia de la llave de mi departamento.
-  Hola – Alzó la voz.
-  Puedes bajar un poco la voz.
- ¡Madre mía, tú aquí! – David y mi hermana siempre discutían -. No deberías estar en los masajes matutinos - soltó las palabras -. Algo me dice que paso algo en el ‘Defectuoso’, pero dejémoslo allí. Fermina me invitó ayer a desayunar.
-  Ni yo tengo llaves.
-  Las tuvieras si visitaras a Fermina al menos dos veces al año mamita, y no sólo cuando necesitas favores
-  Párenle please, no se arañen. Y si tienen hambre pueden sentarse para luego atender a mis sobrinos.
Los siguientes días fueron muy diferentes para mí que estaba acostumbrada a vivir sola. Mis sobrinos dejaban la sala desordenada y mi hermana aún no podía prepararles el desayuno. Mi sobrina mayor se encargaba de hacer todo.

-  Por favor no me cuelgues – se adelantó a decir Alberto, el esposo de Elvira  -, no encuentro a tu hermana por ningún lado eso me dice que está allá contigo. Por favor dile que regrese a la casa.
En ese instante quería gritarle de todo, suspiré. No era mi problema. Le dije que trataría de hablar con ella.
-  Seguro que ya te contó.
-  Hasta la pregunta ofende. El dinero te dará estatus pero sigues siendo un hijo de puta – pensé que me respondería por tan bajo golpe a su orgullo.
- Creo que fue un error llamarte. Estoy seguro que ella regresará. Siempre lo hace. Además no es la primera vez que le soy infiel - soltó el comentario final. Cuando quise responderle había colgado.

Luego de una invitación a cenar, mi amigo y manager de la tienda Target aceptó darle una oportunidad a mi hermana. Una trabajadora había pedido permiso para dar a luz a su primer hijo y estaría ausente por seis meses.
- Si tu hermana es buena la puedo reubicar en otra área – me dijo guiándome el ojo. Y obvio, le dije que mi hermana era muy trabajadora, felizmente no me mordí la lengua al mentir tanto. Con otra salida a cenar estaríamos a mano con el favor. Pero la verdad disfrutaba salir con Daniel, era simpático. Tenía tema de conversación. Estaba soltero, claro, era tres años menor que yo, pero no era tanta la diferencia, así que aprovecharía el tiempo para conocerlo más.
Llegué al departamento con la buena noticia. Mi hermana se emocionó mucho y olvidó por un momento que sus uñas estaban un desastre al igual que su cabello. Sentía que había engordado veinte libras en las dos semanas que pasaron.
De mi sobrina no me preocupaba David me dijo que fue mejor cortar la relación, se casaron más por ser populares que por amor.
- Además tu sobrina a escondidas a estado viendo a otro chavo.  Preocúpate en tu hermana – me aconsejó.
Los inconvenientes empezaron cuando mis sobrinos creían que estaban en su casa y dejaban tiradas sus ropas por todos lados. La cocina era un hervidero de platos, vasos y tasas. Dos veces le pedí ayuda a mi hermana, pero me dijo que ese no era su trabajo.
Tragué saliva y ordené todo los primeros días, luego mi sobrina se encargó de tener todo bajo control hasta que mi hermana entró trabajar.
Por la mañana junto a Mariana la fuimos a dejar al local.
-  Esto no me lo perdería por nada. Mi mamá yendo a trabajar es para subir la noticia a Facebook – ironizó.
-  No te burles que es tu madre.
- Por eso mismo – me dijo tomándole una foto ingresando al establecimiento.
Luego de dejar a mi sobrina en el departamento me dirigí al banco. Fue un día como pocos. Con muchos clientes en abrir nuevas cuentas, pero sobre todo, tuve que apoyar a una compañera de trabajo. Así que llegué muerta al departamento. Pero al entrar sentí el cambio, no había bulla, mis sobrinos no corrieron a darme la  bienvenida. La única que estaba en la sala era Mariana.
-  ¿Y tu madre?
- Decidió regresar a México. La muy idiota prefiere seguir siendo cachuda y llevar una vida de ensueño antes que trabajar.

domingo, 22 de abril de 2012

AQUELLOS APARATITOS...



Alguna vez un hombre me preguntó: por qué las mujeres siempre repetimos la misma frase con ellos: "ustedes sólo quieren sexo". Lo curioso, era que estaba casado, entonces la pregunta complicaba más las cosas. Le respondí que no metiera a todas las mujeres en un mismo saco. “A mí me encanta el sexo”, lo puedo decir públicamente, pero eso no significa que soy una ninfómana, simplemente que la diferencia es que si me voy a dar un revolcón en la cama con alguien que al menos me guste, para mirarle a los ojos, acariciar sus músculos. Y claro que conozco a esas mujeres que siempre se andan quejando que los hombres sólo quieren sexo. ¿Entonces para qué otra cosa los queremos? ¿Para que nos cocinen, planchen, o nos mantengan? Por favor, sería mucho pedir.
-  Me imagino que debes ser una loba en la cama – mi amigo me trajo a la realidad. 
-  Claro hijito, pero no lo haría contigo. No eres mi tipo, y además estás casado. Y si faltan hombres para eso están los ’juguetitos’ - le dije guiñándole un ojo y despedirme cuando apareció David en el Starbucks donde solíamos platicar por las tardes.
Pero toda historia tiene su inicio y mi cariño por esos aparatitos tan entretenidos no nació de mi cabeza tras ver un comercial o un video porno, sino que fui una testigo cómplice sin querer.
Sucedió un fin de semana mientras celebraba el cumpleaños de una compañera de trabajo en un bar del centro de la ciudad.
A mitad de la fiesta llevaba más se seis tragos bebidos y la tercera visita al baño.
Y en esas noches hasta para entrar al baño es todo un ritual. La mayoría de los baños de las discotecas tienen de tres a cuatro baños individuales. Cuando ingresé todos estaban ocupados. Más mujeres seguían llegando hasta que por fin el sonido de la descarga del agua del retrete alegró mi desesperación. Una muchacha bajita salió más que sonriente. Nos miró y se dirigió al lava manos.
Ingresé, tomé el papel higiénico para limpiar las posaderas y como tenía puesto un vestido se me hizo fácil levantármelo y bajarme el calzón, y despedir esa agüita, pero mi mirada se quedó en un objeto que sin querer mis pies tocaron. Era un vibrador largo y grueso. Ahí comprendí el rostro de satisfacción de la chica. Tomé un pedazo de papel para recogerlo. Era del tamaño de un brazo de bebé. ¡Dios santo esa mujer se lo metió todo dentro! Pensé, y yo hasta esa fecha no me había topado con un hombre que fuera así de dotado.
Luego de contemplarlo lo dejé a un lado. Terminé lo mío y salí. Otra mujer se apresuró a ingresar. Cuando me disponía salir luego de lavarme las manos, ella salió.
-  Creo que se te olvidó algo – me dijo mostrando el vibrador frente a toda esa bola de viejas que se quedaron con la boca abierta al ver el tamaño del miembro que se meneaba en su mano. Miré a todas y con paso lento me acerqué a la muchacha. Tomé el vibrador por la mitad y se lo agradecí.
- Como pude olvidarte esposo mío – le dije acariciando con mis dedos su abultada cabeza y salí del baño ante los ojos de esas viejas que seguro nunca habían tenido uno igual en sus manos, ni entre sus piernas.
Antes de regresar a la mesa con David metí al vibrador en mi bolsa para enseñárselo al día siguiente mientras desayunábamos en mi departamento.
- ¡Madre mía tanta carne y yo sin dientes! ¿De dónde lo sacaste golosa? – preguntó sin dejar de mirar ese pedazo de silicona.
- Y se mueve – agregué.
-  Claro hija, para mayor placer del cliente. ¿Te lo compraste y no me dijiste que te acompañara?
-  Lo encontré anoche en el baño del antro que fuimos.
-  No te lo irás a meter entonces.
-  Obvio. Además nunca lo he hecho.
-  No te creo.
-  No tendría porque mentir.
-  No sabes lo que te estás perdiendo, es mejor que hacerlo con el dedo como los Djs – sonrió haciendo el gesto de esos chavos pinchando los discos.
-  Y ahora que lo veo, sí tengo curiosidad.
-  Pues déjame llevarte a la mejor tienda de Dallas. Y antes que tires esa hermosura déjame al menos sentirla unos segundos.
-  Loco.
- A propósito me cambié de compañía de celular - me dijo entregándome su nuevo número en una tarjeta.
Visitar la tienda fue todo un show, nunca había visto tantos juguetes sexuales desde lo más sencillos hasta lo más extremos.
Decidí comprar un vibrador de la mitad del tamaño que encontré la noche anterior.
- Todos empezamos con el pequeño luego vendrás por el extinguidor – bromeó David.
Pero la historia de este capítulo empieza aquí. Llegué con el vibrador al departamento, y como tenía que volver a salir lo dejé en la cama.
David fue a visitar a su madre y yo tenía una cena con una amiga que estaba de visita en Dallas.
Luego de la cena estaba otra vez libre, decidí enviarle un mensaje de texto a David. Tarde me acordé que había cambiado su número y me llegó la respuesta.
-  No soy tu niño, pero ya que insistes lo puedo hacer.
-  Me equivoqué de número – me apresuré a responder al darme cuenta que la persona era hombre -. Mil disculpas, mi mejor amigo acaba de cambiar de número. Puedes borrar el mío y olvidar este inconveniente y yo borraré el tuyo.
-  Por favor no lo borres. ¿No te gustaría tener un nuevo amigo?
No lo respondí en el momento, pero me despertó curiosidad. Era algo nuevo que me causaba gracia, no estábamos en un chat buscando amigos. No era un extraño pidiendo ser mi amigo en Facebook, menos alguien que me habían presentado, simplemente era alguien que no tenía voz, ni rostro, pero si las ganas de conocerme. Y bueno con lo curiosa que soy, me lancé a la aventura. No todos los días se conocen a personas de esta manera tan peculiar.
Pasaron tres semanas cuando por fin se presentó el día de conocernos.
Fue una cita sencilla donde la plática era el menú de la noche y pusimos al destino como cómplice de esta nueva etapa.
El amigo misterioso respondía al nombre de Omar, muy simpático, abogado, especialista en casos de inmigración. Era todo un caballero, siempre vestía de traje y gustaba ser el centro de atención cuando visitaba algún local.
Las salidas se volvieron habituales hasta que una noche llegamos a mi departamento con la excitación a cuestas. Ambos queríamos dar rienda suelta a nuestro instinto sexual, habíamos esperado tanto para sentirnos el uno al otro y cuando por fin estábamos en mi cama desnudos y antes que me penetrara le pregunté por el preservativo.
-  No te preocupes que soy una persona sana – respondió tratando de continuar.
- Lo siento papito, nadie entra a mi casa sin ponerse el sombrero, pero no te preocupes que yo tengo – confesarle con naturalidad que tenia mis preservativos fue como darle una cachetada a su ego.
-  ¡Eres una puta!
-  ¿Qué mierda estás diciendo imbécil? Si no te cuidas tú, yo sí – le dije levantándome de la cama con la tira de preservativos en mi mano -. No te conozco del todo, así que no me vengas con tus pendejadas.
Tomó su ropa y sin decir más salió de mi cuarto y cerró la puerta de mi departamento con fuerza.
Yo seguía con esas ganas de sentir algo dentro de mí, y me acordé de aquel juguetito que semanas atrás había comprado. Sólo esperaba que las baterías fueran duracell.

domingo, 15 de abril de 2012

LOS SANTOS DE TINO



Las sorpresas que te da la vida a veces es como un golpe contra la pared, un despertar a mitad del desierto, una cachetada de ida y vuelta sin chance a una respuesta.
Fue lo que me pasó cuando conocí a mi inseparable amigo David. Una vieja amistad me lo presentó más por cortesía que por ganas de hacerlo.
Prefiero ser sincera, eran familiares y al ‘tipo’ le daba vergüenza presentar a un primo gay.
En adelante con David iniciaríamos una de las amistades más sólidas. Cómplice de mis tantas historias, metidas de mata y un hombro en donde apoyarme cuando la felicidad como la tristeza hacían mella en mi intrincada vida. Como dice una vieja frase que corre de muro en muro en Facebook: “De tanto que tropiezo hasta caigo con estilo”.
Con la química a cuestas, las llamadas incesantes y las salidas de fines de semana hacían de esta mujer la más feliz. Y fue en una visita a uno de las bares de moda en la zona nice que David bautizó como la calle “kardashians” debido a que la gentita de Dallas concurría a exhibir sus mejores prendas, a posar para las cámaras, a mostrar su BMW recién adquirido, a mostrar sus sonrisas perfectas.
Los bares estaban atiborrados de personas de todas las edades. A mis amigas, David les cayó súper bien, y a él no le importó alejarse por un tiempo de su ambiente (discos y bares gay) para acompañarme.
Pero un sábado mientras conversábamos en la barra, David se acercó para decirme al oído.
-  Ves a ese tipo bajito y calvo que está en el extremo de la barra no te quita la mirada. Lo he visto hacer lo mismo semanas anteriores – su confesión me tomó por sorpresa. Mis amigas no prestaron atención a David y continuaban platicando. Me uní a la conversación para luego sutilmente ver al hombre. David tenía razón, era de mi talla o quizás menos (y eso que no soy una gigante), estaba llenito. Conversaba con el barman, pero se veía muy serio. Calculé que debía estar en los cuarenta, que por ese entonces me faltaban cinco años para alcanzarlo.
No hablamos más del tema, una de mis amigas quiso ir a otro local donde habían llegado sus amigos de Oklahoma.
Pero a la siguiente semana el hombre bajito y poco agraciado estaba en el mismo extremo de la barra. Como el local estaba lleno encontramos espacio unos centímetros del hombre. David buscaba en él alguna señal que lo delatara que era de su equipo.
-  No mujer el tipo es más macho que un semental, pero si fuera más atractivo te diría que te lo cogieras.
-  No digas eso – sonreí llevando mi copa de margarita a la boca. Todos encontramos a alguien a quien amar.
-  Entonces hazle el favor – sonrío mientras pedía otra ronda de margaritas. En ese momento aparecieron un grupo de estudiantes que sin querer nos empujaron ocasionando que la mitad de mi margarita fuera a parar en la camisa del tipo que me clavó la mirada.
-  Discúlpame por favor – le dije ante la sorpresa de David que también le habían tirado los dos vasos.
-  No te preocupes, siempre traigo una camisa extra en el auto – me dijo tomando servilletas para limpiar su abdomen. Con una señal le dijo al Batman que no había problema, y los chicos no cesaban en disculparse por el gesto. David les expresó que todo estaba bien, que podían regresar a su mesa. Cuando giré el hombre había desaparecido. Cruzamos miradas con David, pero al poco rato ingresaba al local puesto una camisa azul.
Vino directo a nosotros.
-  Solucionado el problema – sonrío para luego presentarse -. Me llamo Valentino, pero todos me conocen como Tino. Déjenme invitarles un trago.
-  No amigo al contrario somos nosotros los que le debemos uno – David se adelantó al escuchar su voz melodiosa. Tino apenas le llegaba al cuello.
Antes que pudiéramos seguir con la plática aparecieron mis amigas a quienes esperábamos. Les presenté a Tino que mostró una sonrisa. Ellas al ver su talla y su rostro poco agraciado no quisieron perder su tiempo. Rebeca, era la más excitada. En la cochera había visto un Ferrari rojo recién comprado. Según ella sobrepasaba los cien mil dólares.
-  Así que he venido a buscar al dueño, no me importa que me coja con tal de sentir esos asientos de cuero y sentir la velocidad. Hasta dicen que esos carros conducen solos si les programas la ruta a tu casa.
-  Mamita si es así, ese adonis está aquí dentro. Te acompaño si gustas - le dijo David. Mis demás amigas se fueron al baño.
-   Cosa de mujeres - le dije a Tino al quedarnos solos.
-   Lo sé, pero no impedirá que te invite un trago ¿no?
Acepté. Me preguntó a qué me dedicaba y el peor error es dejar que una mujer hable. Le conté casi toda mi vida y si me vi interrumpida fue por la llegada de David con mis amigas. Querían ir a un nuevo local que se había inaugurado. Tino aceptó acompañarnos.
-  Que te lleve tu Romeo hija yo llevaré a las zorras - me dijo al oído David.
Si esa noche la sorpresa fue conocer a Tino, otra mayor fue cuando el muchacho del valet parking trajo el auto del cual Rebeca tanto soñaba y se había pasado la noche buscando al dueño.
-  No quise quitarle la ilusión a tu amiga. Ella buscaba un actor de cine y yo no lo soy - me dijo dándole veinte dólares de propina al chico.
-  ¿Quién eres realmente?
-  Digamos que un hombre de negocios- sonrió.
En  el camino David me fue dirigiendo por teléfono para llegar al local. Si la admiración de mis amigas fue verme con un hombre mediano, calvo y gordito, bajar del Ferrari junto a Tino fue un duro golpe a su ego.
No quiero pecar que sangrona, pero esa noche no ingresé al local con mis amigas. Si llevé a Tino conmigo fue para restregarles en la cara el error que cometieron al despreciarlo.
Fuimos a un bar más calmado, luego muy cortés me llevó a mi casa y nos despedimos con un beso cerca de mis labios.
No lo niego me parecía un hombre interesante, pero no quise llevarlo a mi cama en la primera cita. Además se fue con la promesa que cenaríamos al día siguiente. Y claro que llegó el día que unimos nuestros cuerpos.
-  Te he visto con mejores hombres – me dijo David por teléfono -, pero el dinero le hace más guapo que a mi novio platónico, Bradley Cooper, pero la neta hijita ¿qué le viste al tipo?
- Tú lo has dicho he estado con hombres mucho mejores, pero físicamente. Atractivos de la cintura para arriba, pero Tino es muy atractivo de la cintura para abajo.
-  ¡Nooo! Cuéntamelo todo y si quieres exagera hijita.
La química con Tino fluyó en la cena. Me llevó a un restaurante exclusivo donde todos los mozos conocían a mi anfitrión, nos trataron como si fuéramos la pareja presidencial. Cuando regresaba del baño me acerqué a una de las meseras para preguntarle el por qué del trato tan especial.
-  Valentino es el dueño de este restaurante y de seis más. Nunca suele traer mujeres a cenar. Usted debe ser muy especial para él – sonrió antes de continuar su camino.
¿Cómo digieres esto? Nunca antes había salido con una persona adinerada. Siempre he escuchado que la mayoría de ellos son arrogantes, se creen dioses y tratan a todos como esclavos y ni que hablar del trato a sus parejas.
Además tenía un presentimiento que por más que tratara de hacer bien las cosas, ambos no estábamos destinados a estar juntos para siempre, pero eso no impedía pasarla bien.
Esa noche sabía que no alargaríamos más la angustia así que los besos se iniciaron en su coche, pero necesitábamos más, queríamos recorrer nuestros cuerpos, sin volante, ni nada que nos molestase.
En veinte minutos estábamos en su casa, con el detallito que en cada luz roja del semáforo nos besábamos, nos tocábamos, nos deseábamos tanto como si ambos hubiéramos salido minutos antes del penal y queríamos un contacto carnal después de tantos años de austeridad sexual.
No llegamos ni a su habitación. En su sala rodeada de muebles, cuadros en las paredes y esculturas en cada rincón me desnudó despacio, mientras me besaba. Me dejó desnuda ante él, me miraba deseándome tanto, que hasta se me erizó la piel.
También lo desnudé pausadamente, besándole cada poro de su piel, quería que me deseara cada segundo que pasaba. Entrelazos sin dejar de besarnos me guió hasta su cuarto. Me acostó en la cama, me besó de arriba a abajo y de abajo a arriba, los pechos y la espalda. Me estremeció con sus dedos dentro de mí, me ahogaba con su lengua, lo deseaba como pocas veces he deseado a un hombre.
Me penetró despacio, mirándome a los ojos, sintiendo cada milímetro de mi vagina, y yo sintiéndole cada milímetro de su pene, cada vez más deprisa, y más, hasta que nos fundimos en uno mismo. Gocé este encuentro como pocas veces lo he hecho.
No conté cuantos orgasmos experimenté, pero sé que fueron muchos y eso le excitaba más.
Llego la mañana y ambos teníamos que retomar nuestras vidas.
El siguiente fin de semana me estaba esperando. Mis amigas dejaron de ver su físico, Tino se portó muy bien con ellas. Esa noche invitó todas las bebidas y el más feliz fue David que estaba acompañado de un joven que conoció días antes.
De madrugada todos tomamos rumbos diferentes y otra vez estaba con Tino en su casa. Tuve el sexo más completo en muchos años, y lo mejor era saber, que así sería en las siguientes semanas.
Pasamos el invierno juntos, y en primavera falleció su madre. Una ferviente católica, y eso cambió todo.
Fui a la casa de Tino pasado un mes del velorio, y su sala y habitación se convirtieron en un santoral, había cristos en las paredes y santos de todo tipo en la casa. Todos me miraban, era imposible estar en esa situación. No podía, era una sensación extraña, aquellos ojos observando mis pechos, mi abdomen, mi coño. ¡Todo!
¿Cómo podía ser yo? Se lo dije. Por más que quería concentrarme, la mirada de todos esos santos era como fornicar en una iglesia. Sus ojos inquisidores me mataban. A los veinte minutos estaba de vuelta en mi casa.
Tino no estaba dispuesto a deshacerse de las imágenes. Eran un recuerdo de su madre, y yo no regresaría a su casa mientras esos santos fueran parte de su decorado.
No volvimos a estar juntos, se puede decir que la religión nos separó.
Después de algunos años me lo encontré en un autocar. Era el conductor de uno de los autos deportivos. Cruzamos una  mirada pícara y nostálgica. Me sonrió.