domingo, 22 de abril de 2012

AQUELLOS APARATITOS...



Alguna vez un hombre me preguntó: por qué las mujeres siempre repetimos la misma frase con ellos: "ustedes sólo quieren sexo". Lo curioso, era que estaba casado, entonces la pregunta complicaba más las cosas. Le respondí que no metiera a todas las mujeres en un mismo saco. “A mí me encanta el sexo”, lo puedo decir públicamente, pero eso no significa que soy una ninfómana, simplemente que la diferencia es que si me voy a dar un revolcón en la cama con alguien que al menos me guste, para mirarle a los ojos, acariciar sus músculos. Y claro que conozco a esas mujeres que siempre se andan quejando que los hombres sólo quieren sexo. ¿Entonces para qué otra cosa los queremos? ¿Para que nos cocinen, planchen, o nos mantengan? Por favor, sería mucho pedir.
-  Me imagino que debes ser una loba en la cama – mi amigo me trajo a la realidad. 
-  Claro hijito, pero no lo haría contigo. No eres mi tipo, y además estás casado. Y si faltan hombres para eso están los ’juguetitos’ - le dije guiñándole un ojo y despedirme cuando apareció David en el Starbucks donde solíamos platicar por las tardes.
Pero toda historia tiene su inicio y mi cariño por esos aparatitos tan entretenidos no nació de mi cabeza tras ver un comercial o un video porno, sino que fui una testigo cómplice sin querer.
Sucedió un fin de semana mientras celebraba el cumpleaños de una compañera de trabajo en un bar del centro de la ciudad.
A mitad de la fiesta llevaba más se seis tragos bebidos y la tercera visita al baño.
Y en esas noches hasta para entrar al baño es todo un ritual. La mayoría de los baños de las discotecas tienen de tres a cuatro baños individuales. Cuando ingresé todos estaban ocupados. Más mujeres seguían llegando hasta que por fin el sonido de la descarga del agua del retrete alegró mi desesperación. Una muchacha bajita salió más que sonriente. Nos miró y se dirigió al lava manos.
Ingresé, tomé el papel higiénico para limpiar las posaderas y como tenía puesto un vestido se me hizo fácil levantármelo y bajarme el calzón, y despedir esa agüita, pero mi mirada se quedó en un objeto que sin querer mis pies tocaron. Era un vibrador largo y grueso. Ahí comprendí el rostro de satisfacción de la chica. Tomé un pedazo de papel para recogerlo. Era del tamaño de un brazo de bebé. ¡Dios santo esa mujer se lo metió todo dentro! Pensé, y yo hasta esa fecha no me había topado con un hombre que fuera así de dotado.
Luego de contemplarlo lo dejé a un lado. Terminé lo mío y salí. Otra mujer se apresuró a ingresar. Cuando me disponía salir luego de lavarme las manos, ella salió.
-  Creo que se te olvidó algo – me dijo mostrando el vibrador frente a toda esa bola de viejas que se quedaron con la boca abierta al ver el tamaño del miembro que se meneaba en su mano. Miré a todas y con paso lento me acerqué a la muchacha. Tomé el vibrador por la mitad y se lo agradecí.
- Como pude olvidarte esposo mío – le dije acariciando con mis dedos su abultada cabeza y salí del baño ante los ojos de esas viejas que seguro nunca habían tenido uno igual en sus manos, ni entre sus piernas.
Antes de regresar a la mesa con David metí al vibrador en mi bolsa para enseñárselo al día siguiente mientras desayunábamos en mi departamento.
- ¡Madre mía tanta carne y yo sin dientes! ¿De dónde lo sacaste golosa? – preguntó sin dejar de mirar ese pedazo de silicona.
- Y se mueve – agregué.
-  Claro hija, para mayor placer del cliente. ¿Te lo compraste y no me dijiste que te acompañara?
-  Lo encontré anoche en el baño del antro que fuimos.
-  No te lo irás a meter entonces.
-  Obvio. Además nunca lo he hecho.
-  No te creo.
-  No tendría porque mentir.
-  No sabes lo que te estás perdiendo, es mejor que hacerlo con el dedo como los Djs – sonrió haciendo el gesto de esos chavos pinchando los discos.
-  Y ahora que lo veo, sí tengo curiosidad.
-  Pues déjame llevarte a la mejor tienda de Dallas. Y antes que tires esa hermosura déjame al menos sentirla unos segundos.
-  Loco.
- A propósito me cambié de compañía de celular - me dijo entregándome su nuevo número en una tarjeta.
Visitar la tienda fue todo un show, nunca había visto tantos juguetes sexuales desde lo más sencillos hasta lo más extremos.
Decidí comprar un vibrador de la mitad del tamaño que encontré la noche anterior.
- Todos empezamos con el pequeño luego vendrás por el extinguidor – bromeó David.
Pero la historia de este capítulo empieza aquí. Llegué con el vibrador al departamento, y como tenía que volver a salir lo dejé en la cama.
David fue a visitar a su madre y yo tenía una cena con una amiga que estaba de visita en Dallas.
Luego de la cena estaba otra vez libre, decidí enviarle un mensaje de texto a David. Tarde me acordé que había cambiado su número y me llegó la respuesta.
-  No soy tu niño, pero ya que insistes lo puedo hacer.
-  Me equivoqué de número – me apresuré a responder al darme cuenta que la persona era hombre -. Mil disculpas, mi mejor amigo acaba de cambiar de número. Puedes borrar el mío y olvidar este inconveniente y yo borraré el tuyo.
-  Por favor no lo borres. ¿No te gustaría tener un nuevo amigo?
No lo respondí en el momento, pero me despertó curiosidad. Era algo nuevo que me causaba gracia, no estábamos en un chat buscando amigos. No era un extraño pidiendo ser mi amigo en Facebook, menos alguien que me habían presentado, simplemente era alguien que no tenía voz, ni rostro, pero si las ganas de conocerme. Y bueno con lo curiosa que soy, me lancé a la aventura. No todos los días se conocen a personas de esta manera tan peculiar.
Pasaron tres semanas cuando por fin se presentó el día de conocernos.
Fue una cita sencilla donde la plática era el menú de la noche y pusimos al destino como cómplice de esta nueva etapa.
El amigo misterioso respondía al nombre de Omar, muy simpático, abogado, especialista en casos de inmigración. Era todo un caballero, siempre vestía de traje y gustaba ser el centro de atención cuando visitaba algún local.
Las salidas se volvieron habituales hasta que una noche llegamos a mi departamento con la excitación a cuestas. Ambos queríamos dar rienda suelta a nuestro instinto sexual, habíamos esperado tanto para sentirnos el uno al otro y cuando por fin estábamos en mi cama desnudos y antes que me penetrara le pregunté por el preservativo.
-  No te preocupes que soy una persona sana – respondió tratando de continuar.
- Lo siento papito, nadie entra a mi casa sin ponerse el sombrero, pero no te preocupes que yo tengo – confesarle con naturalidad que tenia mis preservativos fue como darle una cachetada a su ego.
-  ¡Eres una puta!
-  ¿Qué mierda estás diciendo imbécil? Si no te cuidas tú, yo sí – le dije levantándome de la cama con la tira de preservativos en mi mano -. No te conozco del todo, así que no me vengas con tus pendejadas.
Tomó su ropa y sin decir más salió de mi cuarto y cerró la puerta de mi departamento con fuerza.
Yo seguía con esas ganas de sentir algo dentro de mí, y me acordé de aquel juguetito que semanas atrás había comprado. Sólo esperaba que las baterías fueran duracell.

2 comentarios:

  1. ajajaja chida historia, a veces si quisieramos un amigo en el baño.. pero luego hacen falta las caricias los besos... Habra que hacer la prueba.. luego vamos por el extintor!! jajajjaja

    ResponderEliminar
  2. QUIEN DEJA UN JUGUETIN EN EL BAÑO DE UN ANTRO??? jejeje
    eso no pasa todos los dias, aparte que le hace pensar a los hombres que eres mas Bitch por cuidarte, que por tenr sexo concesionado con cualquiera y sin proteccion? acaso es por que el no se considera cualquiera??? atte. Al

    ResponderEliminar