sábado, 25 de febrero de 2012

Y VIVIERON FELICES PARA SIEMPRE


Si tuviera que confesarles de cuántos matrimonios fui testigo, les diría que he perdido la cuenta, como la cantidad de divorcios que he presenciado.
Lo curioso es que la mayoría se casa por amor, ese día irradian alegría, y emoción. Juran amarse y vivir hasta que la muerte los separe.
Y a veces es una desventaja cuando esa amiga se casa con algún ex tuyo. Empiezan por no invitarte a la boda, luego evitan cruzarte en la calle, dejan de hablarte.
No soy de las personas que disfruto de las desgracias de las demás, pero a veces dejo escapar cierto suspiro cargada de una sonrisa cuando veo como esa amiga o ex amiga que desbordaba amor y juraba ser la única mujer en la vida de su futuro esposo ahora no lo quiere ver ni en pintura. Y es cuando digo que fue por eso que lo dejé: por patán y cabrón.
Pero este capítulo no es para hablar de mi vecina, de la amiga que tuve alguna vez en casa, o la que se fue robándome a mi novio. Nada de ello.
Esta historia tiene que ver con el matrimonio de una persona que tiempo atrás fue muy especial para mí, y que por circunstancias del destino o diferencia de edades hizo imposible la relación.
A Emiliano lo conocí cuando apenas tenia nueve años, Teresa, su madre, era conocida de mi familia y junto a su esposo fueron los que me apoyaron cuando llegué a los EEUU. Viví en su casa por dos años hasta que logré estabilizarme económicamente.
Luego veía a Teresa de vez en cuando en algún evento o en el supermercado. En la última conversación que tuvimos me contó que Emiliano había empezado la carrera de enfermería y que para ello también estaba trabajando como mesero en el restaurante de un amigo que teníamos en común y al cual a veces frecuentaba, pensé que era obvio que me había cruzado, pero como le perdí de vista, no lo reconocí. Ahora ya sobrepasaba los veinte años. Era todo un hombre.
La curiosidad pudo más y terminé yendo al local con David, que como era su costumbre iba bien fashion: vestía una camisa blanca H&M, un pantalón azul marca 7 mankind, que según sabía sólo usan los artistas, y ese día estrenaba sus zapatos Louis vuitton y para cerrar la presentación, traía puestos unos lentes que cubrían gran parte de su rostro.
-  Apenas nos estamos sentando y ya vi a tres mozos gay hijita. Eso es mala señal – me dijo mirando a las mesas vecinas que estaban llenas y los meseros iban y venían con sus charolas de comida.
Pedimos la carta y por más que busqué a Emiliano no lo vi.
-  No perdamos más tiempo hijita – me dijo David regresando del baño -. El tipito ese no vino hoy, pero gracias a ti conocí a un moreno en el baño que me pidió el teléfono, así que esta noche cómprame hielo para que mañana me lo lleves al departamento.
¿Qué estaba pensando en esos momentos? Ni yo misma encontré una explicación. Si hubiera encontrado a ese muchacho, qué le hubiera dicho: “Hola soy Fermina, la mujer que alguna vez fue tu niñera mientras tus padres trabajaban”.
De él sólo recordaba sus grandes ojos negros, sus labios delgados y los cabellos largos que sus padres dejaron que creciera porque tenía un pelo semi rubio.
Volví a mi departamento, preparé algo de comer, miré la televisión y al día siguiente estaba en el banco a la espera del mensaje de David y saber cómo le había ido en su ‘date’.
A la segunda semana habíamos olvidado a Emiliano y David se la pasaba hablando de Román, el hombre moreno que desde ya eran novios oficiales. Detalle que me tomó por sorpresa.
-  Qué te puedo decir amiga. Hasta tengo vergüenza recordar la promesa que hice: de no volver a enamorarme, pero Román es todo un galán. Muy tierno, me envía flores al trabajo, me da mi lugar, y además me va a recoger en su BMW.
Nunca me gustó interferir en la vida y felicidad de mis amigos. Si David era feliz con el moreno, lo era yo. Mis demás amigas también salían con sus parejas y ya no tenían tiempo para salir con una soltera y tampoco me gustaba ser la violinista del grupo.
Pero como el destino suele ser a veces mezquino como bondadoso. Cuando salía de una farmacia, en la puerta un joven apuesto pasó por mi lado, y cuando estaba por subir a mi auto.
-  ¿Mina eres tú?
Lo observé por unos segundos porque me habló con una familiaridad que me causó vergüenza al no reconocerlo.
-  Soy Emiliano – mis ojos no dejaban de verlo de pies a cabeza, era todo un hombre. Sus anchos hombros, su largo cuello, pero lo que me llamó la atención fue verlo vestido formalmente, nada de pantalones caídos mostrando los calzones, o la camisa desabotonada para que las féminas puedan ver su pecho flaco adornado de cadenas. Llevaba puesto un jeans que caían sobre unos mocasines marrones y la camisa era de su talla.
Ya no era el Emiliano que cuidaba hace muchos años. Fingí una sonrisa y le saludé con un beso en la mejilla. Me dijo que andaba muy ocupado en sus clases, y el trabajo le absorbía mucho tiempo, pero que ya estaba por salir de vacaciones en la universidad.
Nos despedimos, no sin antes darle mi tarjeta. Su madre le había comentado que trabajaba en un banco y quería abrir una cuenta. Obvio, no era tonta quería mi teléfono.
De este encuentro no le comenté a David que seguía caminando por las nubes con su novio.
A los tres días Emiliano visitaba el banco, le abrí una cuenta, conversamos poco, el muchacho se veía muy interesado, y yo desde ya nunca le toqué el tema de cuando era pequeño.
Me invitó a salir, cenamos esa noche y las siguientes. Pero antes de que la cosa pasara a mayores corte la comunicación. Emiliano era catorce años menor que yo. No lo niego que no estaba mal, sabía comportarse a la altura de las circunstancias, no me salía con ninguna inmadurez. Pero cuando una de mis amigas nos encontró en un bar si sentí vergüenza. Ella no dijo nada, sólo me envió un mensaje donde me decía: “espero no te conviertas en una cougar”. (Así es como le dicen a las mujeres mayores que se acuestan con jóvenes)
Un amigo que siempre organizaba eventos sociales me pidió que le ayudara los siguientes tres fines de semana, así que para evitar un poco las salidas con Emiliano dejé de contestar sus llamadas y mensajes.
Conocí nuevas amistades, pero allí estaba siempre Emiliano con sus mensajes así que decidí hacer algo práctico. Ambos estábamos solteros, la atracción era mutua, por mi edad no podía llevarlo conmigo a las reuniones. Él continuaba con sus estudios y trabajando de mesero.
-  Cuando salgas del trabajo –que por lo regular era las doce o una de la mañana en los fines de semana– márcame. Si todavía ando en la calle o despierta nos veremos. Pero los encuentros acabarán cuando uno de los dos encuentre pareja.
-   Me parece justo – respondió.
Y así fue como se iniciaron las salidas o visitas de madrugada.
Dicen que acostarse con un muchachito es como un revitalizante rejuvenecedor, un aliciente para sentirse viva. Trae nuevos brillos a tu persona, te hace sentir deseada, amada. Ellos suelen ser muy detallistas y como no quieren perderte tan rápido suelen no presionar tanto.
No lo niego que esos tres meses que vivimos nuestros encuentros amorosos fueron los mejores. Con Emiliano perdí el pudor a andar desnuda dentro y fuera de la habitación. Nunca encontró un defecto en mí, que mis piernas flacas, que mis brazos gordos, o mis pechos pequeños. Nada de ello. Me llenaba de besos cuando empezaba por sentir vergüenza y otra vez volvíamos a la cama.
David regresó al segundo mes, las cosas no funcionaron con su novio. Se puso medio celoso porque lo dejaba de lado por Emiliano, luego comprendió y fue cómplice de mis salidas cuando mis amigas preguntaban por mis desapariciones de las reuniones.
Pero no todas las historias tienen un final feliz. Cuando tienes este tipo de relaciones, las condiciones son que no te debes enamorar, pero sabemos que es imposible porque el corazón suele ser traicionero y Emiliano terminó por confesarme su amor.
No quería seguir viéndome a escondidas, pretendía ser el hombre a quien presentara como mi pareja. Como no acepté terminamos por alejarnos.
No lo niego extrañaba sus caricias, sus abrazos, su cuerpo pegado al mío, deseaba respirar su sudor después de hacer el amor, pero era lo mejor para los dos. Después de tantos mensajes y llamadas sin contestar aceptó que la relación como las buenas historias también se acaban.
Al pasar cuatro meses recibí una llamada de un número desconocido, cuando contesté reconocí su voz.
-  No me cuelgues por favor. No llamo para verte, te llamo para decirte que ya tengo novia.
-  Qué bien, te felicito. Espero que seas feliz con ella.
-  Gracias y espero también que tú encuentres a esa persona que te haga feliz y dejes de tener relaciones bajo el agua – eso sí dolió, pero no respondí, dejé que continuara -. Se llama Alicia y la quiero mucho.
-  Bien por ti – mis palabras sonaron un poco ahogas y rogué que no hubiera notado el cambio de mi voz.
Se despidió con un beso.
Ahora, pasado unas semanas, tenía entre manos la tarjeta de invitación a su matrimonio que David se encargó de traerme gentilmente.
- Conozco a la muchachita y déjame decirte que sí está muy simpática y de cuerpo….
-  ¡No sigas por favor! – subí la voz.
-  ¿Y que harás?
- Dirás, ¿qué haremos? Hace tiempo que quería comprarme un nuevo vestido. Así que nos caería bien disfrutar de la fiesta un nuevo matrimonio y felicitar al niño que alguna vez fue mío – le digo sonriendo y rogando que su matrimonio sea duradero y no sea uno de los tantos sin un final feliz.

domingo, 19 de febrero de 2012

AMOR CIBERNETICO


Si nos sentamos un momento en la banca de algún parque al estilo Forrest Gump y escucháramos las historias de las personas nos daríamos cuenta que nuestros problemas, que pensamos son de lo más increíbles, verán que resultan nada en comparación con los otros.

En los más de quince años que llevo trabajando en el banco como cajera y atención al cliente he escuchado y visto más de lo que debería.
Para empezar una mujer tiene que ir presentable y más si quieres estar siempre en la mira de todo hombre. Los piropos, invitaciones a cenar o asistir a algún evento social nunca faltaban en mi escritorio, pero tenía una regla que nunca pasé por alto y era: no salir con hombres casados, pero no sucedía lo mismo con hombres menores que yo. Primero fueron ocho años luego le subí a diez, y algo me dice que pronto lo remontaré a quince años; te topas con cada monumento, pero el temor crece porque ahora no sabes si son bien hombrecitos para estar con una mujer o son ‘bien hombrecitos para aguantar’,  y esta frase la aprendí de David, que es como un catador, no de vinos sino de hombres, basta que los mire por unos segundos y me tiene la respuesta. Hasta la fecha no ha fallado, incluso en las tres ocasiones en que creí que se había equivocado, el tiempo me hizo tragar las palabras que le dije.
Pero este capítulo no es para hablar de mí, sino para escribir una historia digna de contarla.
Convivir con más de veinte personas no es fácil, todos tiene sus personalidades, defectos, virtudes, como sus propios problemas.
Victoria era una de ellas. Esta mujer que sobrepasaba las cinco décadas, era la trabajadora más antigua del banco y estaba demás decir que era el centro de burlas del personal: “cuando se abrió el primer banco en el mundo ella ya contaba con seis años de experiencia”. Era una de las tantas bromas que hacíamos en secreto.
Todos los empleados sabíamos que llevaba siete años de soltera, su esposo murió de un paro cardiaco dejándola con sus tres hijos, todos ellos profesionales y sólo su última hija de veintisiete años seguía soltera y era con quien vivía.
A diferencia de los demás trabajadores, Victoria contaba con una paciencia que nunca nos dejaba de sorprender, era tan buena que apostaría que si la lleváramos a un kinder, ella podría con toda una manada de chamacos. No en vano era la más querida por el manager, y los clientes de todas las edades preferían tratar con ella que con nosotros.
Cuando murió su esposo se apagó un poco y bajó de peso, pero al poco tiempo volvió a ser la misma Victoria con quien disfrutaba almorzar en el comedor mientras los demás se iban a comer a la calle.
-  Llevo chateando con un hombre menor que yo hace tres meses – me dijo cuando sacaba su lonche del microondas y yo me alistaba a desaparecer la ensalada de verduras que preparé por la mañana.
No supe qué decirle. Tampoco quise que se me escapara alguna risa sarcástica. Claro que hubo sorpresa en mi rostro, noticias como esa no ocurren a diario. Al ver que no me burlé continuó.
-  Se llama Ernesto y es veinticuatro años menor que yo, lo que es peor creo que estoy enamorada de él.
¿Alguien sabe cómo actuar cuando una persona te dice este tipo de noticias? Nadie está preparado para estas historias, es igual a un conflicto bélico, nadie está listo al ciento por ciento para tomar armas y enfrentar al enemigo.
-  ‘Que estupidez’, dirás por dentro, pero ya no aguanto seguir callando esto. A veces me alegra mucho. Amanece el día y saber que alguien te quiere es lo más bello y tierno, pero a la vez cuando pienso más con la cabeza que con el corazón me doy cuenta que la idiota soy yo, al soñar con un amor imposible. Hasta hace unos días era controlable, solo era chatear, pero Ernesto me acaba de pedir una foto, tal como él lo hizo desde que empezamos a conversar.
-  ¿Y qué harás?
- Le prometí una foto para mañana. Todo pareció tan fácil, pero mírame, ambas sabemos que yo no estoy en condiciones de decirle, mira ésta soy yo. Mis canas, mi cuerpo ya tuvieron sus primaveras.
En ese momento tenía tantas preguntas en la cabeza que no sabía por dónde empezar. Quizás, ¿cómo conoció al muchacho? Y me muestra las fotos en su celular. Muy simpático, llenito, sonrisa risueña y ojos profundos. Un hombre que se sentía muy seguro de sí. Y antes de continuar con la plática me percato de un detalle, si Victoria no me había confesado su secreto así porque sí, es porque ella quería mi ayuda.
-  Antes que me cuentes todo el melodrama, dime qué favor quieres que te haga.
-  ¿Qué dices Mina?
- Vamos Victoria, ¿cuánto tiempo nos conocemos? Más de quince años. Te he contado mis cosas, he escuchado las tuyas, pero ninguna de las dos nunca contó algo tan personal.
-  Quiero que te hagas pasar por mí.
-  Lo haría con mucho gusto, pero la mentira siempre sale a la luz. Él vive en Dallas, y es probable que algún día nos topemos en algún bar y haya problemas. ¿Por qué no le dices la verdad? Así dejas de martirizarte.
-  Sabía que no aceptarías. Eras mi última esperanza. A nadie más le tengo confianza aquí en el trabajo. Sólo te pido que guardes el secreto – así lo hice y el resto de tiempo lo aprovechamos en comer y hacer uno que otro comentario.
Al día siguiente llegó al trabajo puntual como siempre y se fue a su casa a las cinco de la tarde. Durante el lonche no pudimos conversar, tres colegas decidieron acompañarnos y cuando la abordé en su auto, con una sonrisa y un abrazo me dijo que no me preocupara que todo estaba bajo control. Frase trillada y que me dejó muchas dudas.
En los días sucesivos me evitó y yo no quise acosarla. Opté por mantenerme alejada. En esos conocí a un profesor de artes; soltero, pero con dos hijos. Pasé por alto este detalle porque a mi edad es imposible encontrar hombres sin hijos, todos vienen con paquete incluido.
Me gustaba platicar mucho con él, amaba su profesión, que Picasso por aquí, que los griegos por acá, que Beethoven esto y yo engatusada por tanto conocimiento, pero una mañana Victoria apareció en mi oficina.
-  Necesito hablar contigo – me dijo. Me levanté del sillón, mis demás compañeros seguían en lo suyo, era normal que Victoria se acercara a cualquier oficina.
-  Las cosas se salieron de mis manos.
-  ¿Qué pasó? – me apresuré a cerrar la puerta. Ella se sentó.
-  Al no tener una foto en la computadora encontré las fotos de mi hija Liset y se lo pasé sin su permiso. Ernesto quedó encantadísimo. Las conversaciones continuaron, las promesas de amor se fortalecieron y cuando me di cuenta ya era demasiado tarde como para decirle la verdad.
Su semblante se vino abajo, Victoria estaba mal anímicamente y algo me dijo que eso no era todo lo que me quería decir. Mi sexto sentido no se había equivocado.
-  Mi hija encontró las fotos de Ernesto, me preguntó quién era, le dije que un amigo del trabajo. Está muy simpático, me dijo. En ese momento sentí que el corazón se me estrujaba, pero fue cuando vi todo claro. Liset siempre tuvo problemas con sus antiguas parejas y yo, seamos realistas, mi relación con él nunca se haría realidad. Cuando se enterara quién soy realmente dejaría de hablar conmigo. Me senté con mi hija y le conté parte de la verdad. Como jugando empezaron a conversar y ahora mi hija se la pasa en su cuarto chateando con Ernesto, y ayer se vieron por primera vez. Fue la noche más horrible que he pasado.
Allí me percaté el porqué del exceso de maquillaje ese día, era para cubrir sus ojeras.
-  Ellos salieron y hoy por la mañana mi hija muy emocionada me contó que anoche Ernesto le llevó flores y le pidió ser su novia, y ella aceptó – unas lágrimas se le escaparon y recorrieron sus mejillas estropeando su abultado maquillaje.
Disimuladamente me acerqué a abrazarla, claro que para ese entonces más de un compañero se  percató de la escena.
-  ¿Qué podía hacer? Él merece una mujer de su edad y no una vieja como yo.
- Victoria, creo que no es el momento ni el lugar indicado para este tipo de confesiones.
-  Estoy destrozada, no me importa si el resto me ve llorando, les diremos que un familiar mío acaba de morir. Es más, pediré permiso, me iré temprano.
-  ¿Pero a dónde? En tu estado eso no es bueno.
-  Estaré bien – me dijo y salió de mi oficina ante la mirada de todos. Tomó su bolsa de su escritorio y se dirigió a la oficina del manager. A los cinco minutos subió a su auto.
Cuando me disponía a seguirla, me llegó un mensaje: “Estaré bien, mañana será otro día”.
Victoria llegó a la mañana siguiente restablecida para los demás, pero conmigo no podía fingir. Luego del trabajo empecé por acompañarla a su casa y quedarme hasta altas horas de la noche, y fui testigo de aquel día cuando Liset presentó oficialmente a su novio a su madre.
Victoria fue muy fuerte, le estrechó la mano a Ernesto, sonrío, y con voz tierna los bendijo; eso sí, nunca le miró a los ojos.
Pasado un tiempo Victoria se acostumbró a verlos juntos.
Una mañana me dijo al oído: “ya está todo consumado, después de dos meses ayer fue la primera noche que no lloré”.  
Dos semanas después creí en sus palabras cuando la vi sonreír, no forzadamente, sino que era una sonrisa natural, aquella que siempre nos regalaba en horas de trabajo.
-  Estás invitada a una boda – me dijo mientras comíamos -. Liset y Ernesto se casarán en seis meses -. Casi me atraganté con la papa con queso que comía a la hora del lonche.
-  ¿Qué carajos dices?
-  Ernesto le pidió matrimonio a mi hija y ella aceptó – por más que quiso evitarlo unas lágrimas se le escaparon.
Ahora recuperada, y pasado varios años, en una de sus tantas visitas a mi departamento recordamos la historia. Victoria es abuela de unos preciosos mellizos y es ella misma quien me pide que cuente su historia, claro, obviando su nombre real.

miércoles, 15 de febrero de 2012

COMPARAME


Esta palabrita a veces es tan cruel como benevolente. Una palabra que muchas veces no quieres pronunciar como tampoco escucharla, pero que siempre hay un tarado(a) que no puede quedarse con las dudas y le pregunta a su pareja: ¿Quién es mejor, él (ella) o yo?
¿Qué diablos tenemos en la cabeza para hacer tan estúpida pregunta? ¿No basta con saber algo de su pasado? Que tu pareja tuvo algo con tal y cual persona como para ser tan masoquista y querer saber detalles.
-  A veces es mejor no saber antes de escuchar algo que te puede doler toda la vida – me dijo una vez un hombre mayor, quizás uno de los pocos que me enseñó mucho, y gracias a su caballerosidad aprendí a no regarla con preguntas o comentarios que luego podrían volverse en mi contra.
Pero no nos desviemos del tema porque en varias ocasiones me he topado con hombres o mujeres que entre platicas salió el tema de las comparaciones y la siguiente fue una de ellas:
- Una noche después de tres meses de relación mi novio me preguntó: quién era mejor él o mi ex. Me le quedé mirando -. Mira hijito, tú eres el presente y él es pasado. ¡No me vengas con chingaderas! Tus inseguridades me llegan a la punta del pezón, y sí vuelvo a escuchar esa pinche pregunta te botaré de mi departamento – nos confesó Marisol, la mujer más lengua suelta, de quien sabíamos casi todo sobre su vida como de quienes pasaron por su cama.
-  Una vez casi me atreví a preguntarle lo mismo a Rubén, mi esposo, cuando éramos novios. Conocía de vista a su ex, una muchachita menor que yo. Cuando me enteré del curriculum que tenía la mujer se me quitaron las ganas de preguntar, y el temor a que me quitara a Rubén me motivó a hacer cosas que antes no me atrevía – habló Araceli, hasta esa noche la más recatada del grupo -. Ahora no me arrepiento, me encanta hacerle cositas previas al encuentro.
- ¿Te refieres a mamársela? ¡Vamos Araceli! No eres la primera, ni la última – intervino Marisol rompiendo la tensión. Y cuando vi que su mirada se centro en mí, me di cuenta que era tiempo que yo contara mi experiencia.
- Nunca he preguntado; pero ellos a mí que nos queda más que mentir: “sí, tú eres mejor que mi ex”. Una mentira piadosa para que el hombre se sienta tranquilo, pero claro también te encargas de darle lo suyo para que no esté preguntando estupideces.
Seguimos unos minutos más con la platica; luego la dejamos, había mejores temas de qué hablar. Pero esa noche de regreso a mi departamento no pude dejar de pensar en esa palabra –compárame– y en la historia que un día viví.
Conocí a Flavio de Barranquilla Colombia, salsero de nacimiento y barman profesional que me alegraba las noches de fin de semana cuando iba a comer algo al restaurante donde trabajaba.
Éramos de la misma edad. De tez morena, siempre llevaba el pelo corto, y gustaba vestirse con camisas pegadas al cuerpo que dejaban ver sus duros pechos.
Ni bien terminaba de acomodarme en la banca de la barra ya estaba lista mi margarita de fresa, y una botana para empezar la plática, mientras atendía a los demás clientes.
Cierta noche llegué y de fondo musical se escuchaba una salsa: “La noche”.
-  Me gusta mezclar la música – me dijo guiñándome el ojo, para los comensales –la mayoría americanos– no les importaba que canción sonaba en los parlantes.
-  No sé bailar salsa – le confesé mientras bebía mi margarita.
- Te puedo enseñar, nada es imposible, para todo hay solución – sonrió -. Así le podrás presumir a tu novio.
- No lo tengo, de lo contrario ¿no crees que vendría con él? – le mentí ya que por esos días me había peleado con Alejandro, que trabajaba como publicista en una de las empresas de la ciudad.  Fue la discusión más fuerte que tuvimos, al punto que decidió irse a New York llevándose todas sus cosas.
A la semana, Flavio pisaba mi departamento. Necesitaba distraerme y las clases de salsa me ayudaron mucho. Todo el tiempo se mostró muy respetuoso. Su estatura, su soltura y esos músculos cuando me tomaba de la cintura para llevarme con sus pasos al ritmo de la canción era uno de los mejores placeres que disfrutaba desde que Alejandro se marchó.
Las llamadas de New York no llegaban, así que llené esos momentos de soledad con CDs de grupos de salsa que Flavio me regaló.
Empecé por escuchar a Niche, El gran Combo, Joe Arroyo, Franki Ruiz, Titanes, Eddie Santiago, Oscar D León, Rubén y Roberto Blades.
Me entusiasmé tanto que en poco tiempo dominaba –según yo– a la perfección el baile. Cinco salidas a las discotecas de salsa de esos años me dieron esa confianza.
Fueron tres meses que veía casi a diario al ‘parcerito’, incluso las reuniones con mis amigas lo hacíamos en aquel restaurante donde teníamos trato especial.
- ¿Qué esperas para cogértelo? Ese hombrezote se muere por ti. Total al cabrón de Alejandro le vales madres. No te ha llamado, por qué seguir llorándole a solas y no en brazos de ese papacito – sonrío Marisol.
- No está nada mal, claro, no tiene la educación y el dinero de Alejandro, pero una encamada no mata a nadie – intervino Mariana, que siempre veía lo material en todo. Su futuro esposo era dueño de tres restaurantes mexicanos.
-  Please, si no te lo quieres coger avísame que yo si le hago el favor. Está como quiere – volvió Marisol a la carga pidiendo otra ronda de margaritas y desde ya coqueteándole.
Pero al acabar la noche, mientras salíamos, me dieron el empujón final.
-  No seas pendeja ese colombiano quiere contigo, casi le muestro las chichis y él nada. Deja de pensar en el puto de Alejandro, no vale madres. Él estará cogiendo con cuanta vieja se le cruza en New York, y tú aquí llorando su partida.
Esa misma noche despedí en la puerta a mis amigas y regresé a la barra del restaurante por una última margarita. El resto no tengo que contarles, sólo les puedo decir que a la mañana siguiente Flavio amaneció conmigo como sucedió en los siguientes días.
No tenía ese roce social que toda mujer quiere, pero era un perfecto amante en la cama y esto lo pongo con letras mayúsculas. Sus enormes brazos rodeándome, su mirada clavada en la mía, su manera de poseerme. Se dejaba y me dejaba llevar por sus endemoniadas caricias.
Me trataba como una reina, y a pesar que mis amigas de esa época sabían que salíamos nunca me atreví a presentarlas oficialmente. Como tampoco nunca le dije que me acompañara a ciertos eventos o fiestas. Sentía que no debía mezclarlo tanto. Era algo pasajero y él nunca me cuestionó, quizás sabía cual era el papel de ambos.
Pero todo cambiaría cuando una mañana apareció Alejandro en la puerta de mi departamento pidiéndome disculpas y prometiéndome que si le daba una oportunidad daría todo de su parte para que la relación funcionara.
El amor es traicionero por no decir estúpido, y mal amigo, cuando un corazón no cicatriza las heridas, y se deja llevar por las promesas de esa persona que aún no puedes olvidar.
La reconquista le tomó tiempo, las visitas al restaurante desaparecieron de mi agenda y las llamadas no contestadas le dieron la señal a Flavio: nuestros encuentros finalizaron.
- Te vi con alguien, y tu amiga Marisol me lo confirmó, regresaste con tu ex novio – me dijo cuando nos encontramos por casualidad en el mall -. No necesitas decir nada. Lo nuestro fue hermoso y así dejémoslo. No puedo competir con él – fingió una sonrisa -. No tengo un Jaguar en la cochera, trajes de seda, ni la carrera soñada, pero conmigo no te habría faltado amor y buen sexo – con un beso en la frente continuó -. Suena ridículo decirte esto, pero si de algo sirve mi consuelo, ‘compárame’, y aunque salga ganando yo he perdido.
Cerré mis ojos al recordar la letra de una de las canciones de ‘Los Titanes’ de Colombia. El tiempo le daría la razón, no tenía que compararlo, mi parcerito había ganado.
La relación con Alejandro no funcionó y a los pocos meses nos dijimos adiós para siempre. De Flavio no volví a saber más, y cada vez que escucho la canción –compárame– mis piernas me tiemblan, y prefiero pensar en otra cosa que no sea en los encuentros carnales que tuve con mi parcerito.

“Compárame, cuando hagas el amor con él compárame
compárame, cuando te hagan llorar también compárame
compárame que aunque salga ganando yo he perdido
compárame que ya tuve ocasión de compararte
y aunque salga ganando yo he perdido
mi orgullo puede más que nuestro amor…”



martes, 14 de febrero de 2012

MI FAMILIA

A veces el cumplir años es más un fastidio que una alegría. Mi cuenta en el facebook está llena de felicitaciones de amigos, conocidos y agregados que si no fuera porque aquella red social te recuerda que fulanito y zutanito cumplen años nadie te saludaría. Yo soy una de esas personas.
En esta época donde todos llevamos una vida acelerada y tenemos la mente ocupada no hay tiempo para hacer una lista de los cumpleaños de tus amigos, lo mismo pasa con los contactos de tu teléfono. ¿Cuántos números nos grabamos en la mente? Si sé el mío es porque desde que compré un celular nunca cambié el número de lo contrario sería un  caso perdido.
Me tomo el tiempo de agradecer a todos aquellos que me felicitaron.
Voy por un café después de ducharme, estoy como nueva otra vez. No tengo ganas de cambiarme así que me pongo una camisa –de algún hombre que pasó por mi vida– que me llega hasta los muslos.
Los últimos cumpleaños siempre cayeron entre semana y éste por fin cayó en sábado, una ventaja para disfrutarlo sin la bulla del trabajo rutinario, pero a la vez una desventaja porque es un día propicio para que tu familia te marque con toda confianza para saludarte. Y la primera en llamar es mi madre, que por estos días se encontraba en México para ser exacto en el D. F.
Mariana, mi madre anda con Elvira, su hija mayor y ejemplo para todos, ‘como siempre nos hizo ver mi madre’. “Que debes ser como Elvira”, “que ella esto, que ella lo otro”. No soy rencorosa, toda persona tiene derecho a ser feliz, mi hermana tuvo suerte de casarse con un ejecutivo –gerente general de uno de los bancos más importantes de la capital– y  es madre de cuatro hijos, tres mujeres y un varón.
Y Elvira es una madre de catálogo, nunca necesitó trabajar para mantener un hogar, siempre tuvo todo al alcance, así que su tiempo lo dedicó a cuidar a sus hijos y a chismear con sus amigas ya sea en el spa, en el gym o de compras.
También tengo tres hermanos menores, “felizmente casados”, uno recientemente divorciado que anda de un lugar a otro. Somos cinco, todos, excepto Elvira se encuentran aquí en los EEUU.
-  Feliz cumpleaños hija – escucho la voz delgada de mi madre que ya está bien entrada en años.
-   Gracias mamá, pensé que se te había olvidado.
-  Nunca me olvido cuando nacieron mis hijos. También sé cuando se casaron y les envío flores por su aniversario, pero en tu caso sólo es para saludarte – empieza a calentar la artillería.
-  ¿Otra vez mamá con lo mismo?
-  Es que hija hoy cumples cuarenta años y sigues soltera. Todos tus hermanos excepto Alfonso que por cierto ya le salió su divorcio están felizmente casados y rodeados de sus hijos; pero tú, mi hija sigues soltera. A veces pienso que algo hice mal contigo. Nunca fui una madre protectora, dejé que ustedes tuvieran libertad de escoger las parejas que quisieran, fue siempre el deseo de tu padre que en paz descanse, ¿pero qué pasó contigo?
-  Nada, que se me fue el tren mamá y punto. Que no llega ese hombre que busco para casarme – trato de guardar la calma.
-  Tu hermana también te envía saludos. Se fue a un evento social de la escuela juntos a sus hijos.
-  Sí, me imagino, espero salga bien en la foto para la página sociales de los diarios.
-  No hables mal de tu hermana, tú sabes que ella siempre se ha preocupado por ti.
-  Lo sé; pero eso no significa que cada vez que conozca a un hombre le tenga que hablar de mí y le de mi número.
- Es que lo hace por tu bien. Todos nos preocupamos por ti. En nuestra familia nunca hubo alguien que se quedara….
-  ¿Solterona mamá? ¿Eso era lo qué querías decir? – sonrío irónicamente.
-  Hija, tus hermanos se casaron antes de los veintiséis, Mariana, tu sobrina mayor ya le sigue los pasos, lleva tres años de relación. Es toda una doctora y apenas tiene veintitrés años, y tu sobrino menor de quince años se va por su segunda relación.
El bla, bla, bla de mi madre es repetitivo cada vez que me llama, ya me sé de memoria sus palabras, sus comparaciones, finjo escucharla, prometo buscar al hombre de mis sueños, ella finge estar calmada, me desea lo mejor y cuelga, no sin antes decirme que me quiere mucho y que no se irá a la tumba sin antes verme comprometida. Antes me causaba gracia esa promesa, pero ahora como veo mi situación, no quiero ser cruel, pero espero siga fuerte como para verme como ella quiere.
Tengo diez sobrinos (seis mujeres y cuatro hombres) y cada vez que nos reunimos para navidad o evento familiar, tenerlos a todos juntos es muy agradable, y claro, a ellos les encanta verme.
-  Es que tía como tú no tienes hijos siempre nos haces buenos regalos – me dijo una vez Lisette, mi sobrinita de seis años. Su voz sonó tan sincera e inocente que mis hermanos no supieron si reírse o callarla. Todos hicimos como si no la hubiéramos escuchado.
En otra oportunidad, mi sobrina mayor cuando apenas era una adolescente y que ahora está a punto de casarse, se me acercó para preguntarme sobre el tema tabú que todo padre evita platicar con sus hijos.
-  Es que como sigues soltera me imagino que practicas el sexo más que mis padres y bueno quisiera hacerte algunas preguntas.
-   Creo que te equivocas,  por algo sigo soltera.
-  Tía no soy tonta, cada vez que te veía siempre traías un nuevo amigo y no es novedad que a estas alturas es con los ‘supuestos amigos’ con los que disfrutas más el sexo.
-   Eso me dice que ya no eres virgen.
-  Eso lo siguen creyendo mis padres, mis tíos y mi abuela, pero contigo no puedo. Tú eres la única persona con la que puedo ser yo y no fingir que soy una niña buena.
“Señor llévame santa y confesada”. El punto es que esa noche y los siguientes días que mi sobrina estuvo de visita en mi departamento respondí hasta las preguntas más pecaminosas y si hubo alguna duda traje a David, mi mejor amigo para que le diera ciertos consejitos sobre cómo tratar a los hombres. Claro que primero él tuvo cierto recelo al igual que mi sobrina, pero cuando ella se percató que era gay prestó mayor atención.
Ahora Mariana estaba a punto de sentir esas maripositas en el estómago como cuando se está enamorada; pero en este caso será por los nervios y la emoción de saber que pronto irá al altar con el hombre que ama y jurará amarlo hasta que la muerte o hasta que la otra los separe.
En mi caso no existe la otra, tampoco novio a quien decirle: sí acepto, o esa media naranja que dicen que una busca para ser feliz. A diferencia de las demás yo necesito toda una frutería y ver que encuentro porque a mi edad como muchas dicen ya no estoy para escoger sino para ver que encuentro o quien se fija en mí. Pero yo les demostraré que están equivocadas, que a mi edad todavía me puedo dar el lujo de escoger y escogeré lo mejor.

HOY ES MI CUMPLEANOS

Hoy cumplo cuarenta años, no hice nada, tampoco fui a comprar un pastel, no sé si las velitas alcanzarían en un pastel pequeño, quizás en números sí.  Aquí estoy, al filo de la cama con el cabello desalineado, desnuda y con un hombre que cree que está en su casa y ronca a rienda suelta.
Él no sabe que la mujer con quien hizo el amor hace un par de horas nació un día como hoy. 
Desnuda camino hacia el baño, mi imagen se refleja en el espejo. Me arreglo un poco el cabello, mis ojeras son notorias, el ronquido de mi galán no me dejó dormir tranquila, ni bien despierte lo invitaré a salir de mi departamento. 
Sigo observando mi cuerpo, mis pechos aún se mantienen firmes, no tan duros como en mis veinte primaveras, pero dan lucha. Mis caderas están anchas sin haber tenido un hijo. Mi abdomen cobija cierta grasita pero todavía soy la envidia de muchas mujeres. El ejercicio diario mantiene bien mis piernas y mis nalgas, las cuales puedo contemplar mejor de perfil; las toco, las meneo y solita me río, parezco una teibolera dando un baile al cliente que es mi espejo. 
Pero antes de sentarme frente a la computadora, ante los continuos ronquidos de mi ya lejano acompañante tengo todo claro. Pienso escribir lo que me ha pasado en estos cuarenta años. No tengo experiencia escribiendo, pero las  ganas de hacerlo ayudarán
 ¿Cómo se me ocurrió tan disparatada idea? Pues aquí les va la historia.
Hace unos días me encontré con unos amigos, dos de ellos pensaban retomar la revista: Xüe Magazine, y entre la plática, Michael comentó que estaba buscando personas que quisieran escribir un blog en la revista. En ese momento ninguno de los amigos reunidos dijo nada.
-  ¿Y dónde están los galanes? Ustedes tienen la oportunidad de decir lo que gusten, el editor no les pondrá trabas, sólo hay una regla: que lo que escriban tenga sentido y entretenga al lector – nos dijo mirándonos a los ojos mostrando una sonrisa de ensueño.
Nadie dijo nada, un par de galanes que siempre se jactaban de ser los mujeriegos del grupo esquivaron la mirada, una pareja de gays que también estaban presentes callaron, y bueno yo, en ese momento no tenía nada qué decir. La noticia me tomó por sorpresa, pero al día siguiente cuando nos encontramos en facebook le pregunté.
-  ¿Puedo escribir anónimamente?
- Claro mujer – respondió acompañando el comentario con una carita feliz.
-  Ayer cuando lancé la propuesta lo hice por ti. Sé que tienes muchas historias que contar. Ese banco donde trabajas debe ser un hervidero de chismes. Demuéstrale a todos que una mujer también puede escribir sin tapujos.
Y aquí ando escribiendo las primeras líneas de este blog. Si la idea es narrar parte de mi vida, trataré de ser lo más sincera y directa. No habrá sermones ni escenas melodramáticas como para recurrir al Klenex. Estas líneas serán como una catarsis, un desfogue de las cosas que he guardado por mucho tiempo y creo que llegó el momento de escupirlas (en el buen sentido de la palabra).
Sin darme cuenta el hombre aparece a mi lado. Me besa el cuello, intenta acariciarme, de un empujón le digo que me deje tranquila.
-  Vístete, ya es hora de irte – le digo sin mirar su musculoso cuerpo. Él intenta otra vez acercarse, lo evito. Camino a la cama y tomo mi bata. Lo miro otra vez, está en calzones, pero el asunto es que si lo que tuviera entre las piernas fuera así de musculoso como sus brazos, le pediría que se quedara.
Me mira sorprendido pero mi desafiante gesto de “toma tus cosas” , cambia su rostro. Sin decir una palabra se pone su jeans, sus zapatos, recoge su camisa y me sigue hasta la puerta, le sonrío antes de despedirme, pero el muy cabrón no puede con su genio y me escupe las palabras que no pudo decirme dentro.
-   Por eso sigues sola, por amargada y frígida – no gasto mi saliva y le levanto el dedo. Pero lo que él no sabe es que hoy cumplo cuarenta años y que contando con él también sumo cuarenta hombres con los cuales compartí parte de mi vida y de eso se tratará este blog: les contaré sobre mí, de aquellos hombres que pasaron por mi vida, algunos fueron pasajeros de ida, otros frecuentes, unos dejaron huella, otros simplemente fueron fugases, tres si me ametrallaron el corazón, y otro tanto hasta la fecha me siguen odiando por ser la cabrona que les jodió la vida. Total no les puedes caer bien a todos.
Ya está decidido y este pequeño texto es el comienzo de una larga historia.  (CONTINUARA)