Si tuviera que confesarles
de cuántos matrimonios fui testigo, les diría que he perdido la cuenta, como la
cantidad de divorcios que he presenciado.
Lo curioso es que la
mayoría se casa por amor, ese día irradian alegría, y emoción. Juran amarse y
vivir hasta que la muerte los separe.
Y a veces es una
desventaja cuando esa amiga se casa con algún ex tuyo. Empiezan por no
invitarte a la boda, luego evitan cruzarte en la calle, dejan de hablarte.
No soy de las personas que
disfruto de las desgracias de las demás, pero a veces dejo escapar cierto
suspiro cargada de una sonrisa cuando veo como esa amiga o ex amiga que
desbordaba amor y juraba ser la única mujer en la vida de su futuro esposo
ahora no lo quiere ver ni en pintura. Y es cuando digo que fue por eso que lo
dejé: por patán y cabrón.
Pero este capítulo no es
para hablar de mi vecina, de la amiga que tuve alguna vez en casa, o la que se
fue robándome a mi novio. Nada de ello.
Esta historia tiene que
ver con el matrimonio de una persona que tiempo atrás fue muy especial para mí,
y que por circunstancias del destino o diferencia de edades hizo imposible la
relación.
A Emiliano lo conocí
cuando apenas tenia nueve años, Teresa, su madre, era conocida de mi familia y
junto a su esposo fueron los que me apoyaron cuando llegué a los EEUU. Viví en
su casa por dos años hasta que logré estabilizarme económicamente.
Luego veía a Teresa de vez
en cuando en algún evento o en el supermercado. En la última conversación que
tuvimos me contó que Emiliano había empezado la carrera de enfermería y que
para ello también estaba trabajando como mesero en el restaurante de un amigo
que teníamos en común y al cual a veces frecuentaba, pensé que era obvio que me
había cruzado, pero como le perdí de vista, no lo reconocí. Ahora ya
sobrepasaba los veinte años. Era todo un hombre.
La curiosidad pudo más y
terminé yendo al local con David, que como era su costumbre iba bien fashion:
vestía una camisa blanca H&M, un
pantalón azul marca 7 mankind,
que según sabía sólo usan los artistas, y ese día estrenaba sus zapatos
Louis vuitton y para cerrar la
presentación, traía puestos unos lentes que cubrían gran parte de su rostro.
- Apenas
nos estamos sentando y ya vi a tres mozos gay hijita. Eso es mala señal – me
dijo mirando a las mesas vecinas que estaban llenas y los meseros iban y venían
con sus charolas de comida.
Pedimos la
carta y por más que busqué a Emiliano no lo vi.
- No
perdamos más tiempo hijita – me dijo David regresando del baño -. El tipito ese
no vino hoy, pero gracias a ti conocí a un moreno en el baño que me pidió el
teléfono, así que esta noche cómprame hielo para que mañana me lo lleves al
departamento.
¿Qué
estaba pensando en esos momentos? Ni yo misma encontré una explicación. Si
hubiera encontrado a ese muchacho, qué le hubiera dicho: “Hola soy Fermina, la mujer
que alguna vez fue tu niñera mientras tus padres trabajaban”.
De él sólo
recordaba sus grandes ojos negros, sus labios delgados y los cabellos largos
que sus padres dejaron que creciera porque tenía un pelo semi rubio.
Volví a mi
departamento, preparé algo de comer, miré la televisión y al día siguiente
estaba en el banco a la espera del mensaje de David y saber cómo le había ido
en su ‘date’.
A la
segunda semana habíamos olvidado a Emiliano y David se la pasaba hablando de
Román, el hombre moreno que desde ya eran novios oficiales. Detalle que me tomó
por sorpresa.
- Qué te
puedo decir amiga. Hasta tengo vergüenza recordar la promesa que hice: de no
volver a enamorarme, pero Román es todo un galán. Muy tierno, me envía flores
al trabajo, me da mi lugar, y además me va a recoger en su BMW.
Nunca me
gustó interferir en la vida y felicidad de mis amigos. Si David era feliz con
el moreno, lo era yo. Mis demás amigas también salían con sus parejas y ya no
tenían tiempo para salir con una soltera y tampoco me gustaba ser la violinista
del grupo.
Pero como
el destino suele ser a veces mezquino como bondadoso. Cuando salía de una
farmacia, en la puerta un joven apuesto pasó por mi lado, y cuando estaba por
subir a mi auto.
- ¿Mina
eres tú?
Lo observé
por unos segundos porque me habló con una familiaridad que me causó vergüenza
al no reconocerlo.
- Soy
Emiliano – mis ojos no dejaban de verlo de pies a cabeza, era todo un hombre.
Sus anchos hombros, su largo cuello, pero lo que me llamó la atención fue verlo
vestido formalmente, nada de pantalones caídos mostrando los calzones, o la
camisa desabotonada para que las féminas puedan ver su pecho flaco adornado de
cadenas. Llevaba puesto un jeans que caían sobre unos mocasines marrones y la
camisa era de su talla.
Ya no era
el Emiliano que cuidaba hace muchos años. Fingí una sonrisa y le saludé con un
beso en la mejilla. Me dijo que andaba muy ocupado en sus clases, y el trabajo
le absorbía mucho tiempo, pero que ya estaba por salir de vacaciones en la
universidad.
Nos
despedimos, no sin antes darle mi tarjeta. Su madre le había comentado que
trabajaba en un banco y quería abrir una cuenta. Obvio, no era tonta quería mi
teléfono.
De este
encuentro no le comenté a David que seguía caminando por las nubes con su
novio.
A los tres
días Emiliano visitaba el banco, le abrí una cuenta, conversamos poco, el
muchacho se veía muy interesado, y yo desde ya nunca le toqué el tema de cuando
era pequeño.
Me invitó
a salir, cenamos esa noche y las siguientes. Pero antes de que la cosa pasara a
mayores corte la comunicación. Emiliano era catorce años menor que yo. No lo
niego que no estaba mal, sabía comportarse a la altura de las circunstancias, no
me salía con ninguna inmadurez. Pero cuando una de mis amigas nos encontró en
un bar si sentí vergüenza. Ella no dijo nada, sólo me envió un mensaje donde me
decía: “espero no te conviertas en una cougar”. (Así es como le dicen a las
mujeres mayores que se acuestan con jóvenes)
Un amigo
que siempre organizaba eventos sociales me pidió que le ayudara los siguientes tres
fines de semana, así que para evitar un poco las salidas con Emiliano dejé de
contestar sus llamadas y mensajes.
Conocí
nuevas amistades, pero allí estaba siempre Emiliano con sus mensajes así que
decidí hacer algo práctico. Ambos estábamos solteros, la atracción era mutua,
por mi edad no podía llevarlo conmigo a las reuniones. Él continuaba con sus
estudios y trabajando de mesero.
- Cuando
salgas del trabajo –que por lo regular era las doce o una de la mañana en los
fines de semana– márcame. Si todavía ando en la calle o despierta nos veremos.
Pero los encuentros acabarán cuando uno de los dos encuentre pareja.
- Me
parece justo – respondió.
Y así fue
como se iniciaron las salidas o visitas de madrugada.
Dicen que
acostarse con un muchachito es como un revitalizante rejuvenecedor, un
aliciente para sentirse viva. Trae nuevos brillos a tu persona, te hace sentir
deseada, amada. Ellos suelen ser muy detallistas y como no quieren perderte tan
rápido suelen no presionar tanto.
No lo
niego que esos tres meses que vivimos nuestros encuentros amorosos fueron los
mejores. Con Emiliano perdí el pudor a andar desnuda dentro y fuera de la
habitación. Nunca encontró un defecto en mí, que mis piernas flacas, que mis
brazos gordos, o mis pechos pequeños. Nada de ello. Me llenaba de besos cuando
empezaba por sentir vergüenza y otra vez volvíamos a la cama.
David
regresó al segundo mes, las cosas no funcionaron con su novio. Se puso medio
celoso porque lo dejaba de lado por Emiliano, luego comprendió y fue cómplice
de mis salidas cuando mis amigas preguntaban por mis desapariciones de las
reuniones.
Pero no todas las
historias tienen un final feliz. Cuando tienes este tipo de relaciones, las
condiciones son que no te debes enamorar, pero sabemos que es imposible porque
el corazón suele ser traicionero y Emiliano terminó por confesarme su amor.
No quería seguir viéndome
a escondidas, pretendía ser el hombre a quien presentara como mi pareja. Como
no acepté terminamos por alejarnos.
No lo niego extrañaba sus
caricias, sus abrazos, su cuerpo pegado al mío, deseaba respirar su sudor
después de hacer el amor, pero era lo mejor para los dos. Después de tantos
mensajes y llamadas sin contestar aceptó que la relación como las buenas
historias también se acaban.
Al pasar cuatro meses
recibí una llamada de un número desconocido, cuando contesté reconocí su voz.
- No
me cuelgues por favor. No llamo para verte, te llamo para decirte que ya tengo
novia.
- Qué
bien, te felicito. Espero que seas feliz con ella.
- Gracias
y espero también que tú encuentres a esa persona que te haga feliz y dejes de
tener relaciones bajo el agua – eso sí dolió, pero no respondí, dejé que
continuara -. Se llama Alicia y la quiero mucho.
- Bien
por ti – mis palabras sonaron un poco ahogas y rogué que no hubiera notado el
cambio de mi voz.
Se despidió con un beso.
Ahora, pasado unas
semanas, tenía entre manos la tarjeta de invitación a su matrimonio que David
se encargó de traerme gentilmente.
- ¡No
sigas por favor! – subí la voz.
-
¿Y
que harás?
- Dirás,
¿qué haremos? Hace tiempo que quería comprarme un nuevo vestido. Así que nos
caería bien disfrutar de la fiesta un nuevo matrimonio y felicitar al niño que
alguna vez fue mío – le digo sonriendo y rogando que su matrimonio sea duradero
y no sea uno de los tantos sin un final feliz.