Usos son
de amores: ‘sufrir y hacer sufrir a la
persona que amas’. Escuché por allí esa frase tan trillada, tantas veces
escuchada y tantas veces aplicada a nuestras relaciones.
Cómo
definiríamos el amor, el cual a veces esquivamos o por el contrario buscamos
tanto, pero cuando llega es como un vendaval, un gol a tu arco del rival y de
pronto andas en las nubes soñando con aquella persona que a veces importa poco
si es gordito(a), haragán(a) o todo un galán. Te interesa un queso lo que digan
las demás personas si a ti esa persona te hace feliz.
Así es el
amor, estúpido y egoísta, porque como dicen: para amar hay que ser egoísta, si
tú quieres estar conmigo, pero a mí me gusta tu amigo, me importa un ‘carajo’
tus sentimientos y así tu amigo sea un mujeriego yo quiero con él y punto, así
luego venga llorándote a pedir que me levantes el estima. Eso sí, sólo quiero
tu apoyo, no tu amor.
Pues así
somos las personas, siempre sacamos provecho de los demás. Lo he hecho, tú lo
has hecho, él lo ha hecho, ellos lo han hecho y todos lo hemos hecho. Nadie se
salva de esta lluvia de amores correspondidos y no correspondidos, pero aquí va
la historia que quería contarles.
Sucedió un
día que apareció un camión cargado de amor que me pasó por encima y de repente
andaba locamente enamorada de Fabricio a quien conocí por intermedio de una
amiga.
Éramos la
pareja perfecta, no había una fiesta, reunión o evento donde no anduviéramos
juntos. Respetábamos nuestros espacios. A veces iba a su departamento o venia a
quedarse al mío. Fueron dos años de relación donde le entregué mi vida, mi
tiempo y todo mi amor hasta que llegó el día de sentarnos a planificar el
futuro.
Sí,
Fabricio me propuso matrimonio, lo hizo una noche que organizó una fiesta en su
departamento y enfrente de todos sus amigos pidió bajar el volumen a la música
y antes que yo reaccionara, él estaba de rodillas con un anillo pidiéndome que
fuera su esposa. Claro, la fiesta y todos los amigos sabían lo que acontecería
esa noche. Emocionados esperaban mi respuesta, y como una Julieta enamorada
dije: Sí.
Pasado una
semana pusimos fecha de matrimonio, seleccionamos el diseño de las tarjetas de
invitación, reservamos el local, pero como la fecha tomaría tiempo creí
conveniente no avisar a mi familia. Tenía toda la presión de mi madre encima
para casarme que por ese entonces estaba por cumplir los treinta, y decirle de
mi matrimonio sería tenerla en mi departamento tratando de ayudarme en todo.
Era mejor darle la sorpresa faltando una semana así no tendría que atender a
toda mi familia un mes antes.
Hice bien
porque mi familia nunca se enteraría que faltando dos semanas para el
matrimonio, Fabricio llegaría una mañana para decirme que no estaba preparado,
que lo había pensado mejor y que quería seguir soltero. Que le importaba una
carajo todos los preparativos, que le valía madres lo ilusionada que estaba por
tal acontecimiento, y que fuera yo quien avisara a todos los invitados que el
matrimonio se cancelaba. Que del dinero no me preocupara que él asumiría todos
los gastos que originó la preparación de la boda. Así como apareció esa mañana
en mi departamento, justo cuando debería estar trabajando se marchó de la
ciudad. Dos días atrás había renunciado al puesto de contador.
- Amor,
el que no me case contigo no significa que mis sentimientos hacia ti han
cambiado – me dijo el muy puerco.
- ¡Lárgate!
¡Vete antes que te destroce los huevos!! – le dije aguantando las lágrimas.
Cuando cerré la puerta y lo vi subir a la camioneta de Alfonso, su mejor amigo, rompí en llanto.
¿Cómo
afrontas este tipo de noticias? Tres minutos antes flotaba en el cielo, seguía
leyendo la lista de invitados tratando de recordar si me había olvidado de
algún amigo(a) y ya tenía listo lo que les diría a mi familia para invitarlos. Por fin Fermina Herrera, la única hija y
hermana soltera se casaba, pero la historia con un final feliz tendría que
esperar, Fermina seguiría soltera.
No
necesito entrar en detalles de cómo afronté los siguientes días, cómo enfrenté
a mis amigos, y como llamé a cada uno de los invitados para decirles que la
boda no se realizaría. Por ese entonces aún no conocía a David, mi inseparable
amigo, sino que una tarde mientras compraba unas cosas en Target me encontraría
con Alfonso. Fue imposible evitar el encuentro. Ambos nos topamos con nuestros
carritos de compras en caja.
- ¿Cómo
estás? – fue lo primero que se le ocurrió preguntar.
- ¿Quieres
escuchar la versión real, o la que tengo que fingir ante aquellos que me quiere
consolar?
- Si
de algo te sirve de consuelo. Yo nunca supe nada. Fabricio fue uno de mis
mejores amigos, pero no me confesó que te dejaría sino hasta un día antes.
Mentiras y
más mentiras, todos sabemos que los primeros en saber son nuestros mejores
amigos, aquéllos que saben todos nuestros secretos, los que nos aconsejan que
camino tomar, el largo o el corto.
- Te
creo – respondí con una sonrisa. Lo único que quería era zafarme de él, de su
mirada, de esa sonrisa contagiosa que conocí en todo el tiempo que duró mi
relación con Fabricio.
Pero que
equivocada estuve. Al poco rato sonaba mi celular.
- ¿Sabes
por qué te dejó Fabricio?
- Por
favor deja de hacerme daño. El punto es que se fue.
- Conoció
a Estefany. Sé que no mereces que te diga esto, pero si vas a llorar hazlo de
una vez. Te dejó por otra. Ódiame si quieres, pero necesitaba decírtelo para
que si algún día él regresa supieras la verdad – sin decir más colgó.
Y esa
frase: “necesitaba decírtelo para que si algún día él regresa supieras la
verdad”, me martillaba el corazón.
Mis amigos
trataban de visitarme diariamente, tenían miedo que terminara pegándome un tiro
como Kurt Cobain. Obvio que no lo haría. Pero un viernes por la noche ninguno
llegó, se cansaron de visitar a la pobre Fermina. En mi lista de contactos
tenía a todos, pero tampoco me apetecía verlos también, hasta que por allí
apareció el número de Alfonso. Quería salir, no sé, ver una película o cenar.
A la
tercera timbrada escuché su voz. Lo que vendría después, sería historia
conocida.
Nos
volvimos inseparables, no había un día que no conversáramos.
Claro que
ambos sabíamos a lo que estábamos jugando, y lo que dirían los amigos: como
Fabricio se fue, Mina encontró consuelo en su mejor amigo. ¿Y saben? Me
resbalaba que pensaran así.
Tratas de
retomar tu vida, y si el mejor amigo de tu ex te ayuda a salir de ese pozo de
depresión en el cual caíste, qué te importa lo que opine la gente. Estaba lista
para defender nuestra amistad si es que llegaba algún metiche a darme consejos
de moralidad.
Para lo
que nunca estaría preparada era para el regreso de Fabricio, que llegaría una
noche a tocar mi puerta y entre lágrimas me pediría perdón por todo el dolor
que me causó con su partida. Que si le daba otra oportunidad no me
arrepentiría, y todo ese discruso que nosotras las mujeres conocemos y hasta
nos sabemos de memoria: “que se dieron
cuenta que nosotras somos las mujeres para formar una familia, que somos su
complemento, su media naranja, y que nos serán fieles hasta la muerte”.
Cuando
terminó de decir tantas estupideces le cerré la puerta. Les juro que no se me
escapó una lágrima, pero si me dio un pinche coraje al saber que lo seguía
amando, que a pesar que sabía esas frases, mi corazón quería darle esa
oportunidad, que le importaba un rábano que se haya ido a acostar con esa tal
Estefany, y con cuanta golfa haya encontrado en estos ocho meses que había
desaparecido, pero mi cabeza decía que no, que me tragara esas ganas de correr
a sus brazos, que yo merecía respeto, que si yo no me lo daba, nadie me lo
daría.
Cansado de
tocar la puerta se marchó, pero aparecería a los pocos días para reclamarme
sobre la relación que tenía con su mejor amigo. ¿Cómo Alfonso se había
aprovechado de su ausencia para darme caza? Qué estaba dispuesto a pasar por
alto mi relación con él si es que le daba una oportunidad. Ese día me fue
imposible cerrarle la puerta, lo dejé entrar.
- No
me iré de aquí hasta que tengas una respuesta – me dijo.
Yo me
disponía a salir.
- Tengo
que arreglar un asunto. Puedes quedarte si gustas. Mañana te tendré una
respuesta.
- ¿Y a
dónde irás?
- Eso
no te incumbe – le dije y salí a la calle y no llegaría hasta el día siguiente
con el cabello mojado y con una sonrisa de oreja a oreja. Fabricio se había
quedado dormido en la sala y se levantó al sentir el ruido en la puerta.
Al verme
no supo qué decir, pero su primer impulso fue preguntarme dónde había pasado la
noche, pero se quedó viendo mi cabello húmedo. Quiso abrir la boca, la cerró,
se tragó sus palabras como yo lo hice yo una vez. Se acercó a mí e intentó
abrazarme.
- Por
favor no lo hagas – le dije.
-
¿Por
qué no quieres?
- Me duele
todo el cuerpo.
¡STOP!
Para ser
sincera nunca creí que viviría aquella escena de la película de Pedro
Almodóvar: “Carne Trémula”.
- ¿Cómo
que te duele todo el cuerpo? – volvió a preguntar al ver que retrocedí dos pasos.
- Es
que he cogido toda la noche con Alfonso – respondí mirándole a los ojos, sin
mostrar el mínimo remordimiento -. Y ahora sí podemos hablar si nos damos una
oportunidad.
chido final!!! Me fascino la forma en que se cobro. Esa es la mujer que queremos leer!! Gracias Fermina! next!!!!
ResponderEliminarAwwww!!! Ahora entiendo muchas cosas... bueno a todos nos ha pasado alguna vez en nuestra vida, nos han roto el corazón y tal vez lo hemos roto, pero agradezco a Fermina q como mujer q es; se valore y se de su lugar.
ResponderEliminarAsí somos la mayoría de las mujeres latinas, nos caemos, pero sabemos levantarnos ...
Me encantó la historia, la verdad la agradezco mucho, es una historia llena de mucho realismo y sensibilidad... Gracias!!
las mujeres somos muy inteligentes para vengarnos de los hombres, siempre y cuando nos hayan lastimado y nosotras hayamos amado ...
ResponderEliminar