Alguna
vez un hombre me preguntó: por qué las mujeres siempre repetimos la misma frase
con ellos: "ustedes sólo quieren sexo". Lo curioso, era que estaba
casado, entonces la pregunta complicaba más las cosas. Le respondí que no
metiera a todas las mujeres en un mismo saco. “A mí me encanta el sexo”, lo
puedo decir públicamente, pero eso no significa que soy una ninfómana, simplemente
que la diferencia es que si me voy a dar un revolcón en la cama con alguien que
al menos me guste, para mirarle a los ojos, acariciar sus músculos. Y claro que
conozco a esas mujeres que siempre se andan quejando que los hombres sólo
quieren sexo. ¿Entonces para qué otra cosa los queremos? ¿Para que nos cocinen,
planchen, o nos mantengan? Por favor, sería mucho pedir.
-
Me imagino que debes ser una loba en la cama – mi amigo me trajo a la
realidad.
-
Claro hijito, pero no lo haría contigo. No eres mi tipo, y además estás casado.
Y si faltan hombres para eso están los ’juguetitos’ - le dije guiñándole un ojo y
despedirme cuando apareció David en el Starbucks donde solíamos platicar por
las tardes.
Pero
toda historia tiene su inicio y mi cariño por esos aparatitos tan entretenidos
no nació de mi cabeza tras ver un comercial o un video porno, sino que fui una
testigo cómplice sin querer.
Sucedió
un fin de semana mientras celebraba el cumpleaños de una compañera de trabajo
en un bar del centro de la ciudad.
A
mitad de la fiesta llevaba más se seis tragos bebidos y la tercera visita al
baño.
Y
en esas noches hasta para entrar al baño es todo un ritual. La mayoría de los
baños de las discotecas tienen de tres a cuatro baños individuales. Cuando
ingresé todos estaban ocupados. Más mujeres seguían llegando hasta que por fin
el sonido de la descarga del agua del retrete alegró mi desesperación. Una
muchacha bajita salió más que sonriente. Nos miró y se dirigió al lava manos.
Ingresé,
tomé el papel higiénico para limpiar las posaderas y como tenía puesto un
vestido se me hizo fácil levantármelo y bajarme el calzón, y despedir esa
agüita, pero mi mirada se quedó en un objeto que sin querer mis pies tocaron.
Era un vibrador largo y grueso. Ahí comprendí el rostro de satisfacción de la
chica. Tomé un pedazo de papel para recogerlo. Era del tamaño de un brazo de
bebé. ¡Dios santo esa mujer se lo metió todo dentro! Pensé, y yo hasta esa
fecha no me había topado con un hombre que fuera así de dotado.
Luego
de contemplarlo lo dejé a un lado. Terminé lo mío y salí. Otra mujer se apresuró
a ingresar. Cuando me disponía salir luego de lavarme las manos, ella salió.
-
Creo que se te olvidó algo – me dijo mostrando el vibrador frente a toda esa
bola de viejas que se quedaron con la boca abierta al ver el tamaño del miembro
que se meneaba en su mano. Miré a todas y con paso lento me acerqué a la
muchacha. Tomé el vibrador por la mitad y se lo agradecí.
-
Como pude olvidarte esposo mío – le dije acariciando con mis dedos su abultada
cabeza y salí del baño ante los ojos de esas viejas que seguro nunca habían
tenido uno igual en sus manos, ni entre sus piernas.
Antes
de regresar a la mesa con David metí al vibrador en mi bolsa para enseñárselo
al día siguiente mientras desayunábamos en mi departamento.
-
¡Madre mía tanta carne y yo sin dientes! ¿De dónde lo sacaste golosa? – preguntó
sin dejar de mirar ese pedazo de silicona.
-
Y se mueve – agregué.
-
Claro hija, para mayor placer del cliente. ¿Te lo compraste y no me dijiste que
te acompañara?
-
Lo encontré anoche en el baño del antro que fuimos.
-
No te lo irás a meter entonces.
-
Obvio. Además nunca lo he hecho.
-
No te creo.
-
No tendría porque mentir.
-
No sabes lo que te estás perdiendo, es mejor que hacerlo con el dedo como los
Djs – sonrió haciendo el gesto de esos chavos pinchando los discos.
-
Y ahora que lo veo, sí tengo curiosidad.
-
Pues déjame llevarte a la mejor tienda de Dallas. Y antes que tires esa
hermosura déjame al menos sentirla unos segundos.
-
Loco.
-
A propósito me cambié de compañía de celular - me dijo entregándome su nuevo número
en una tarjeta.
Visitar
la tienda fue todo un show, nunca había visto tantos juguetes sexuales desde lo
más sencillos hasta lo más extremos.
Decidí
comprar un vibrador de la mitad del tamaño que encontré la noche anterior.
- Todos empezamos con el pequeño luego vendrás por
el extinguidor – bromeó David.
Pero
la historia de este capítulo empieza aquí. Llegué con el vibrador al
departamento, y como tenía que volver a salir lo dejé en la cama.
David
fue a visitar a su madre y yo tenía una cena con una amiga que estaba de visita
en Dallas.
Luego
de la cena estaba otra vez libre, decidí enviarle un mensaje de texto a David.
Tarde me acordé que había cambiado su número y me llegó la respuesta.
- No soy tu niño,
pero ya que insistes lo puedo hacer.
- Me equivoqué de
número – me apresuré a responder al darme cuenta que la persona era hombre -.
Mil disculpas, mi mejor amigo acaba de cambiar de número. Puedes borrar el mío
y olvidar este inconveniente y yo borraré el tuyo.
- Por favor no lo
borres. ¿No te gustaría tener un nuevo amigo?
No
lo respondí en el momento, pero me despertó curiosidad. Era algo nuevo que me
causaba gracia, no estábamos en un chat buscando amigos. No era un extraño
pidiendo ser mi amigo en Facebook, menos alguien que me habían presentado,
simplemente era alguien que no tenía voz, ni rostro, pero si las ganas de
conocerme. Y bueno con lo curiosa que soy, me lancé a la aventura. No todos los
días se conocen a personas de esta manera tan peculiar.
Pasaron
tres semanas cuando por fin se presentó el día de conocernos.
Fue
una cita sencilla donde la plática era el menú de la noche y pusimos al destino
como cómplice de esta nueva etapa.
El amigo misterioso respondía al nombre de Omar,
muy simpático, abogado, especialista en casos de inmigración. Era todo un
caballero, siempre vestía de traje y gustaba ser el centro de atención cuando
visitaba algún local.
Las salidas se volvieron habituales hasta que
una noche llegamos a mi departamento con la excitación a cuestas. Ambos
queríamos dar rienda suelta a nuestro instinto sexual, habíamos esperado tanto
para sentirnos el uno al otro y cuando por fin estábamos en mi cama desnudos y
antes que me penetrara le pregunté por el preservativo.
- No te preocupes que soy una persona sana
– respondió tratando de continuar.
- Lo siento papito, nadie entra a mi casa
sin ponerse el sombrero, pero no te preocupes que yo tengo – confesarle con
naturalidad que tenia mis preservativos fue como darle una cachetada a su ego.
- ¡Eres una puta!
- ¿Qué mierda estás diciendo imbécil? Si no
te cuidas tú, yo sí – le dije levantándome de la cama con la tira de preservativos
en mi mano -. No te conozco del todo, así que no me vengas con tus pendejadas.
Tomó su ropa y sin decir más salió de mi cuarto y cerró la
puerta de mi departamento con fuerza.
Yo seguía con esas ganas de sentir algo dentro de mí, y me
acordé de aquel juguetito que semanas atrás había comprado. Sólo esperaba que
las baterías fueran duracell.
ajajaja chida historia, a veces si quisieramos un amigo en el baño.. pero luego hacen falta las caricias los besos... Habra que hacer la prueba.. luego vamos por el extintor!! jajajjaja
ResponderEliminarQUIEN DEJA UN JUGUETIN EN EL BAÑO DE UN ANTRO??? jejeje
ResponderEliminareso no pasa todos los dias, aparte que le hace pensar a los hombres que eres mas Bitch por cuidarte, que por tenr sexo concesionado con cualquiera y sin proteccion? acaso es por que el no se considera cualquiera??? atte. Al