miércoles, 15 de febrero de 2012

COMPARAME


Esta palabrita a veces es tan cruel como benevolente. Una palabra que muchas veces no quieres pronunciar como tampoco escucharla, pero que siempre hay un tarado(a) que no puede quedarse con las dudas y le pregunta a su pareja: ¿Quién es mejor, él (ella) o yo?
¿Qué diablos tenemos en la cabeza para hacer tan estúpida pregunta? ¿No basta con saber algo de su pasado? Que tu pareja tuvo algo con tal y cual persona como para ser tan masoquista y querer saber detalles.
-  A veces es mejor no saber antes de escuchar algo que te puede doler toda la vida – me dijo una vez un hombre mayor, quizás uno de los pocos que me enseñó mucho, y gracias a su caballerosidad aprendí a no regarla con preguntas o comentarios que luego podrían volverse en mi contra.
Pero no nos desviemos del tema porque en varias ocasiones me he topado con hombres o mujeres que entre platicas salió el tema de las comparaciones y la siguiente fue una de ellas:
- Una noche después de tres meses de relación mi novio me preguntó: quién era mejor él o mi ex. Me le quedé mirando -. Mira hijito, tú eres el presente y él es pasado. ¡No me vengas con chingaderas! Tus inseguridades me llegan a la punta del pezón, y sí vuelvo a escuchar esa pinche pregunta te botaré de mi departamento – nos confesó Marisol, la mujer más lengua suelta, de quien sabíamos casi todo sobre su vida como de quienes pasaron por su cama.
-  Una vez casi me atreví a preguntarle lo mismo a Rubén, mi esposo, cuando éramos novios. Conocía de vista a su ex, una muchachita menor que yo. Cuando me enteré del curriculum que tenía la mujer se me quitaron las ganas de preguntar, y el temor a que me quitara a Rubén me motivó a hacer cosas que antes no me atrevía – habló Araceli, hasta esa noche la más recatada del grupo -. Ahora no me arrepiento, me encanta hacerle cositas previas al encuentro.
- ¿Te refieres a mamársela? ¡Vamos Araceli! No eres la primera, ni la última – intervino Marisol rompiendo la tensión. Y cuando vi que su mirada se centro en mí, me di cuenta que era tiempo que yo contara mi experiencia.
- Nunca he preguntado; pero ellos a mí que nos queda más que mentir: “sí, tú eres mejor que mi ex”. Una mentira piadosa para que el hombre se sienta tranquilo, pero claro también te encargas de darle lo suyo para que no esté preguntando estupideces.
Seguimos unos minutos más con la platica; luego la dejamos, había mejores temas de qué hablar. Pero esa noche de regreso a mi departamento no pude dejar de pensar en esa palabra –compárame– y en la historia que un día viví.
Conocí a Flavio de Barranquilla Colombia, salsero de nacimiento y barman profesional que me alegraba las noches de fin de semana cuando iba a comer algo al restaurante donde trabajaba.
Éramos de la misma edad. De tez morena, siempre llevaba el pelo corto, y gustaba vestirse con camisas pegadas al cuerpo que dejaban ver sus duros pechos.
Ni bien terminaba de acomodarme en la banca de la barra ya estaba lista mi margarita de fresa, y una botana para empezar la plática, mientras atendía a los demás clientes.
Cierta noche llegué y de fondo musical se escuchaba una salsa: “La noche”.
-  Me gusta mezclar la música – me dijo guiñándome el ojo, para los comensales –la mayoría americanos– no les importaba que canción sonaba en los parlantes.
-  No sé bailar salsa – le confesé mientras bebía mi margarita.
- Te puedo enseñar, nada es imposible, para todo hay solución – sonrió -. Así le podrás presumir a tu novio.
- No lo tengo, de lo contrario ¿no crees que vendría con él? – le mentí ya que por esos días me había peleado con Alejandro, que trabajaba como publicista en una de las empresas de la ciudad.  Fue la discusión más fuerte que tuvimos, al punto que decidió irse a New York llevándose todas sus cosas.
A la semana, Flavio pisaba mi departamento. Necesitaba distraerme y las clases de salsa me ayudaron mucho. Todo el tiempo se mostró muy respetuoso. Su estatura, su soltura y esos músculos cuando me tomaba de la cintura para llevarme con sus pasos al ritmo de la canción era uno de los mejores placeres que disfrutaba desde que Alejandro se marchó.
Las llamadas de New York no llegaban, así que llené esos momentos de soledad con CDs de grupos de salsa que Flavio me regaló.
Empecé por escuchar a Niche, El gran Combo, Joe Arroyo, Franki Ruiz, Titanes, Eddie Santiago, Oscar D León, Rubén y Roberto Blades.
Me entusiasmé tanto que en poco tiempo dominaba –según yo– a la perfección el baile. Cinco salidas a las discotecas de salsa de esos años me dieron esa confianza.
Fueron tres meses que veía casi a diario al ‘parcerito’, incluso las reuniones con mis amigas lo hacíamos en aquel restaurante donde teníamos trato especial.
- ¿Qué esperas para cogértelo? Ese hombrezote se muere por ti. Total al cabrón de Alejandro le vales madres. No te ha llamado, por qué seguir llorándole a solas y no en brazos de ese papacito – sonrío Marisol.
- No está nada mal, claro, no tiene la educación y el dinero de Alejandro, pero una encamada no mata a nadie – intervino Mariana, que siempre veía lo material en todo. Su futuro esposo era dueño de tres restaurantes mexicanos.
-  Please, si no te lo quieres coger avísame que yo si le hago el favor. Está como quiere – volvió Marisol a la carga pidiendo otra ronda de margaritas y desde ya coqueteándole.
Pero al acabar la noche, mientras salíamos, me dieron el empujón final.
-  No seas pendeja ese colombiano quiere contigo, casi le muestro las chichis y él nada. Deja de pensar en el puto de Alejandro, no vale madres. Él estará cogiendo con cuanta vieja se le cruza en New York, y tú aquí llorando su partida.
Esa misma noche despedí en la puerta a mis amigas y regresé a la barra del restaurante por una última margarita. El resto no tengo que contarles, sólo les puedo decir que a la mañana siguiente Flavio amaneció conmigo como sucedió en los siguientes días.
No tenía ese roce social que toda mujer quiere, pero era un perfecto amante en la cama y esto lo pongo con letras mayúsculas. Sus enormes brazos rodeándome, su mirada clavada en la mía, su manera de poseerme. Se dejaba y me dejaba llevar por sus endemoniadas caricias.
Me trataba como una reina, y a pesar que mis amigas de esa época sabían que salíamos nunca me atreví a presentarlas oficialmente. Como tampoco nunca le dije que me acompañara a ciertos eventos o fiestas. Sentía que no debía mezclarlo tanto. Era algo pasajero y él nunca me cuestionó, quizás sabía cual era el papel de ambos.
Pero todo cambiaría cuando una mañana apareció Alejandro en la puerta de mi departamento pidiéndome disculpas y prometiéndome que si le daba una oportunidad daría todo de su parte para que la relación funcionara.
El amor es traicionero por no decir estúpido, y mal amigo, cuando un corazón no cicatriza las heridas, y se deja llevar por las promesas de esa persona que aún no puedes olvidar.
La reconquista le tomó tiempo, las visitas al restaurante desaparecieron de mi agenda y las llamadas no contestadas le dieron la señal a Flavio: nuestros encuentros finalizaron.
- Te vi con alguien, y tu amiga Marisol me lo confirmó, regresaste con tu ex novio – me dijo cuando nos encontramos por casualidad en el mall -. No necesitas decir nada. Lo nuestro fue hermoso y así dejémoslo. No puedo competir con él – fingió una sonrisa -. No tengo un Jaguar en la cochera, trajes de seda, ni la carrera soñada, pero conmigo no te habría faltado amor y buen sexo – con un beso en la frente continuó -. Suena ridículo decirte esto, pero si de algo sirve mi consuelo, ‘compárame’, y aunque salga ganando yo he perdido.
Cerré mis ojos al recordar la letra de una de las canciones de ‘Los Titanes’ de Colombia. El tiempo le daría la razón, no tenía que compararlo, mi parcerito había ganado.
La relación con Alejandro no funcionó y a los pocos meses nos dijimos adiós para siempre. De Flavio no volví a saber más, y cada vez que escucho la canción –compárame– mis piernas me tiemblan, y prefiero pensar en otra cosa que no sea en los encuentros carnales que tuve con mi parcerito.

“Compárame, cuando hagas el amor con él compárame
compárame, cuando te hagan llorar también compárame
compárame que aunque salga ganando yo he perdido
compárame que ya tuve ocasión de compararte
y aunque salga ganando yo he perdido
mi orgullo puede más que nuestro amor…”



7 comentarios:

  1. Ayyy malditas comparaciones!!! nunca se debe hacer, comparar a las personas es de inseguridad, lo mejor es disfrutar de cada una de ellas, y dejarse llevar.

    ResponderEliminar
  2. Buenisimo, me gustó mucho. Felicitaciones. Benditas comparaciones...

    ResponderEliminar
  3. esto, sobre todo estooooooo... es lo q mas me tenia en suspenso, q historia la de esta mujer, sin tapujos, sin nada q la detenga, vaya esa palabrita "COMPARAME" ahora q escuche esa salsa, sin duda lo primero q se me venga en mente, sera esta historia; flavio q hombree, me lo imagino tal y como ella lo describe, q tal historia, felicidades y como siempre espero con emocion la continuacion, gracias.

    ResponderEliminar
  4. Q bien me cae Fermina, me encanta como describe todo, y a mi tambien me molestan las comparaciones, se me hacen de gente insegura, como siempre digo: si me preguntan VIVA LA PAZ!!
    Wakys

    ResponderEliminar
  5. Me encantó !!!!!!! de nada sirve preguntar ¿quién fue mejor? porque cada relación amorosa tiene su momento y hay que disfrutarlo mientras dure tenga o no un buen final.

    ResponderEliminar
  6. Mug bien eh eso es el dia a diA de lAs personas insegurAs escogiste una muy visna cancion re felicity

    ResponderEliminar