A Rosmery la conocí hace poco por intermedio de
David, eran primos lejanos, pero como ella se vino a vivir a Dallas junto a su
esposo, le dio la oportunidad David de
demostrar que poseía buen corazón, ya que le ayudó a instalarse pese a
que eran familiares lejanos.
- Invité a Rosmery a cenar a mi departamento,
así que también estás invitada – me dijo David sin darme de contestar que lo
pensaría.
Desde que la vi me cayó súper bien; no sé, tenía
ese karma bien padre y su compañía hacía sentirte a mil con su compañía.
- Pues prima a ver si
animas a Mina a visitar la iglesia. Ya necesita confesarse de tantos pecados –
ironizó.
- Y si me voy contigo no
saldremos de inmediato – sonreí -. No sabía que eras evangélica.
- No lo soy, lo fui
antes, ahora me siento mejor en la católica – nos confesó.
- No se supone que suele
ser al revés, muchos salen de la católica para cobijarse en las iglesias
evangélicas.
- Soy la excepción –
respondió con una sonrisa. Cuando apareció su esposo que también pertenecía a
un grupo católico, me di cuenta que algo allí no cuadraba. Pero no podía
negarlo, Dante también era una bella persona, muy respetuosa y por lo que me
enteré fue él quien la animó a cambiarse de ciudad.
En los siguientes días no volví a saber nada de
ellos. No eran muy amantes de las redes sociales lo que agrandó el
distanciamiento. David me platicó por teléfono que les ayudó a instalarse en el
departamento que rentaron. Dante había conseguido trabajo en una empresa de
celulares y Rosmery en un supermercado.
- Me parece increíble ver
una pareja tan sencilla, que no se desespera por el mañana.
- Dicen que todo lo
dejan en manos de Dios y ahora ya lo empecé a creer, llegaron sin saber a dónde
ir y ahora ya tienen trabajo. Bien por ella. A propósito, ayer mientras les
ayudaba saliste en la plática. Les conté sobre nuestra amistad y que escribías
un blog. Ella se interesó muchísimo cuando les conté algunas de tus historias y
me pidió tu teléfono y prometió instalar cuánto antes el Internet en su
departamento.
Allí concluyó la conversación con David, que por
esos días estaba en un estado de paz: nada de salidas locas y encamadas con
cuanto chico conocía.
Pero lo que nunca pensé fue recibir tan pronto
la llamada de Rosmery.
- ¿Podemos conversar? – me preguntó después de
saludáramos -. Una amiga de la iglesia me prestó su laptop y leí tus historias.
Me gustaría contarte la mía.
A veces las confesiones son tan íntimas que no
merecen ser escuchadas en algún restaurante o bar. En menos de una hora tenía a
Rosmery en mi departamento. Le calculé unos veintisiete años, era delgada, su
cabello lo traía amarrado y usaba lentes, lo que la hacía verse más atractiva
con esa piel moteada.
Prefirió el jugo de naranja que la coca cola. Le
encantó como tenía decorada mi sala (llena de fotos de las diferentes artesanías
de cada estado de México)
- Me casé a los dieciocho años con el primer
novio que tuve en la escuela. Mis padres andaban más preocupados en solucionar
sus problemas que vieron con buenos ojos que me casara. Abelardo, mi esposo de
ese entonces me llevó a vivir con su familia, y sin querer me convertí en la
muchacha de su madre.
Los años pasaban y yo no podía tener hijos. Lo
que no fue bien visto por su familia, que para variar era evangélica y todos
los miércoles y domingos asistíamos puntuales a la iglesia.
Amaba a Abelardo y era correspondida, pero los
bebés no llegaban hasta que decidimos ir al doctor. El diagnóstico fue que el
estéril era Abelardo y no yo, como decía su madre. Mi amor fue tan grande que
si el Señor no quiso que mi esposo no tuviera hijos yo lo aceptaba. Conseguí un
trabajo por las noches y él trabajaba de día así que raramente vez podíamos
dormir juntos entre semana. Pero tampoco lo vi un inconveniente. Los años
pasaron hasta que nuestro matrimonio empezó a caer en la monotonía. Las veces
que estábamos juntos Abelardo se quejaba que debíamos experimentar otras cosas
para hacer más interesante la relación. Un detalle que me sorprendió viniendo
de él, un muchacho que creció en el seno de una familia evangélica. Él mismo
participaba mucho en los encuentros dominicales. Pero una cosa no tenía que ver
con la otra pensé yo.
Acepté visitar una tienda de artículos sexuales.
Compramos esposas, látigos, ropa, especialmente para mí: de enfermera,
estudiante, bombera y porrista. Eso nos mantuvo unidos por un tiempo, pero él
quería más.
- Quiero que me
complazcas con una fantasía sexual – me dijo después que terminamos de hacer el
amor, yo aún conservaba parte de la ropa de estudiante. “Un trío”, pensé yo.
Fantasía de todo hombre. Claro que le diría que no, pero resultó que el deseo
era peor.
- Quiero verte haciendo
el amor con otro hombre – me dijo mirándome a los ojos.
-
¿Qué mierda estás
diciendo? ¿Acaso me crees una puta? – le dije con unos ojos llenos de sorpresa.
No dijo nada y regresó a su lado de la cama. Yo me giré y me cubrí con la
cobija. Esa noche no dormí pensando en semejante barbaridad. Creí que al día
siguiente recapacitaría, me pediría disculpas y todo volvería a la normalidad,
no fue así. Al contrario siguió insistiendo, me decía que eso fortalecería
nuestra relación que según él había caído otra vez en la monotonía.
Su insistencia duró más de cinco meses, en los
que los días se me convirtieron en un martirio. Pero amaba a mi esposo y
terminé aceptando la propuesta. Como era su idea, él se encargaría de buscar a
la persona indicada.
Un domingo cuando regresábamos de la iglesia me
dijo emocionado que había encontrado a la persona.
- ¿Y quién es?
- Mi hermano Beto. Está
casado y sé que no le es infiel a su esposa. Es una persona sana.
-
Estás loco si crees
que me acostaré con él.
- Mi amor, te prometo
que solo será una vez. Ya hablé con él y aceptó las condiciones.
Le dije que no, pero como la vez anterior
me fastidió día y noche hasta que acepté acostarme con su hermano con tal que
nuestra relación mejorara. Otra vez me equivoqué.
Cuando llegó el día fuimos los tres a un hotel.
Estaba muy nerviosa, su hermano era menor que Abelardo, tenía un cuerpo bien
formado, pocas veces habíamos conversado. Y esa noche a pedido de Abelardo nos
desnudamos delante de él que había acercado una silla al frente de la cama.
Luego nos pidió que empezáramos a besarnos y acariciarnos. Sentía que mi alma
se iba, nunca antes había estado con otro hombre. Beto con sus grandes manos
recorrió mi espalda, me estrujó los senos y lentamente sus dedos se deslizaron
por mi abdomen hasta perderse en mi vagina. Por más que quería pensar en otra
cosa, el placer, y la facilidad con que encontró mi clítoris con sus dedos y
luego con su lengua me hicieron estallar de placer. No volví a ver a Abelardo
mientras su hermano me hizo suya, y en más de una ocasión gemí de placer.
Cuando todo terminó, lo único que quería era
regresar a casa, darme una ducha e irme a la cama dormir y tratar de olvidar
todo.
Los siguientes días Abelardo se desesperaba por
hacerme el amor. Nunca hablamos de lo que pasó con su hermano. Me ausenté de
las primeras reuniones familiares hasta que se me acabaron las excusas y
compartimos la mesa junto a Beto y su esposa.
Por más que traté de actuar normal me fue imposible
evadir su mirada, y de ello se percató Abelardo que de la noche a la mañana
cambió mucho y en las siguientes días no hacia más que reclamar porque saludaba
o intercambiaba una mirada a Beto.
- ¿Crees que no vi y
escuché cuando gritabas de placer en sus brazos? – me dijo.
- ¡Pero fuiste tú quien
me lo pidió!
- ¡Eres una puta! – su
voz se escuchó en toda la casa.
La relación empeoró hasta que un día Beto me
esperó a la salida de mi trabajo. Quería repetir el encuentro, pero esta vez
sin la presencia de Abelardo. Forcejeamos y al no aceptar me tiró al piso sin
dejar de maldecirme y llamarme puta.
Cansada de tantos maltratos decidí huir. A Dante
lo conocí cuando entré a trabajar en la empresa que laboraba. Sabía que era
católico y a veces discutíamos sobre los lineamientos de su iglesia y de la
mía. Y sin querer, Dante fue testigo de lo que Beto me hizo y a las pocas horas
le conté toda la verdad.
A los tres días me fui de la ciudad con él.
Estuvimos un tiempo en California y ahora por fin en Dallas. Dante es lo mejor
que me ha pasado, nunca me juzgó por mi pasado, y si ahora te estoy contando
todo esto es porque necesitaba desahogarme. Dejar todo atrás y empezar una
nueva vida en esta ciudad, y sé que así será.
Rosmery sonrió levantando su vaso de naranja y
yo no supe qué decir luego de escuchar semejante historia.
Uffff... uffff... no es oro todo lo que reluce, ni mierda todo lo que huele mal!
ResponderEliminarSiempre diré que la vida real supera la ficción...
Eliminarasu k fuerte, con el hermano uy.
EliminarRegla basica para los trios, no debes sentir amor por alguno de los iuntegrantes.. muy chida la historia. Ahora una tuya Fermina!!
ResponderEliminarcreí k sería aburrida,pero alfinal me atrapo.. k historía!!!
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