sábado, 7 de abril de 2012

CONFESIONES QUE MATAN



A Rosmery la conocí hace poco por intermedio de David, eran primos lejanos, pero como ella se vino a vivir a Dallas junto a su esposo, le dio la oportunidad David de  demostrar que poseía buen corazón, ya que le ayudó a instalarse pese a que eran familiares lejanos.
- Invité a Rosmery a cenar a mi departamento, así que también estás invitada – me dijo David sin darme de contestar que lo pensaría.
Desde que la vi me cayó súper bien; no sé, tenía ese karma bien padre y su compañía hacía sentirte a mil con su compañía.
- Pues prima a ver si animas a Mina a visitar la iglesia. Ya necesita confesarse de tantos pecados – ironizó.
- Y si me voy contigo no saldremos de inmediato – sonreí -. No sabía que eras evangélica.
-  No lo soy, lo fui antes, ahora me siento mejor en la católica – nos confesó.
-  No se supone que suele ser al revés, muchos salen de la católica para cobijarse en las iglesias evangélicas.
- Soy la excepción – respondió con una sonrisa. Cuando apareció su esposo que también pertenecía a un grupo católico, me di cuenta que algo allí no cuadraba. Pero no podía negarlo, Dante también era una bella persona, muy respetuosa y por lo que me enteré fue él quien la animó a cambiarse de ciudad.
En los siguientes días no volví a saber nada de ellos. No eran muy amantes de las redes sociales lo que agrandó el distanciamiento. David me platicó por teléfono que les ayudó a instalarse en el departamento que rentaron. Dante había conseguido trabajo en una empresa de celulares y Rosmery en un supermercado.
-  Me parece increíble ver una pareja tan sencilla, que no se desespera por el mañana.
-  Dicen que todo lo dejan en manos de Dios y ahora ya lo empecé a creer, llegaron sin saber a dónde ir y ahora ya tienen trabajo. Bien por ella. A propósito, ayer mientras les ayudaba saliste en la plática. Les conté sobre nuestra amistad y que escribías un blog. Ella se interesó muchísimo cuando les conté algunas de tus historias y me pidió tu teléfono y prometió instalar cuánto antes el Internet en su departamento.
Allí concluyó la conversación con David, que por esos días estaba en un estado de paz: nada de salidas locas y encamadas con cuanto chico conocía.
Pero lo que nunca pensé fue recibir tan pronto la llamada de Rosmery.
- ¿Podemos conversar? – me preguntó después de saludáramos -. Una amiga de la iglesia me prestó su laptop y leí tus historias. Me gustaría contarte la mía.
A veces las confesiones son tan íntimas que no merecen ser escuchadas en algún restaurante o bar. En menos de una hora tenía a Rosmery en mi departamento. Le calculé unos veintisiete años, era delgada, su cabello lo traía amarrado y usaba lentes, lo que la hacía verse más atractiva con esa piel moteada.
Prefirió el jugo de naranja que la coca cola. Le encantó como tenía decorada mi sala (llena de fotos de las diferentes artesanías de cada estado de México)
- Me casé a los dieciocho años con el primer novio que tuve en la escuela. Mis padres andaban más preocupados en solucionar sus problemas que vieron con buenos ojos que me casara. Abelardo, mi esposo de ese entonces me llevó a vivir con su familia, y sin querer me convertí en la muchacha de su madre.
Los años pasaban y yo no podía tener hijos. Lo que no fue bien visto por su familia, que para variar era evangélica y todos los miércoles y domingos asistíamos puntuales a la iglesia.
Amaba a Abelardo y era correspondida, pero los bebés no llegaban hasta que decidimos ir al doctor. El diagnóstico fue que el estéril era Abelardo y no yo, como decía su madre. Mi amor fue tan grande que si el Señor no quiso que mi esposo no tuviera hijos yo lo aceptaba. Conseguí un trabajo por las noches y él trabajaba de día así que raramente vez podíamos dormir juntos entre semana. Pero tampoco lo vi un inconveniente. Los años pasaron hasta que nuestro matrimonio empezó a caer en la monotonía. Las veces que estábamos juntos Abelardo se quejaba que debíamos experimentar otras cosas para hacer más interesante la relación. Un detalle que me sorprendió viniendo de él, un muchacho que creció en el seno de una familia evangélica. Él mismo participaba mucho en los encuentros dominicales. Pero una cosa no tenía que ver con la otra pensé yo.
Acepté visitar una tienda de artículos sexuales. Compramos esposas, látigos, ropa, especialmente para mí: de enfermera, estudiante, bombera y porrista. Eso nos mantuvo unidos por un tiempo, pero él quería más.
- Quiero que me complazcas con una fantasía sexual – me dijo después que terminamos de hacer el amor, yo aún conservaba parte de la ropa de estudiante. “Un trío”, pensé yo. Fantasía de todo hombre. Claro que le diría que no, pero resultó que el deseo era peor.
-  Quiero verte haciendo el amor con otro hombre – me dijo mirándome a los ojos.
- ¿Qué mierda estás diciendo? ¿Acaso me crees una puta? – le dije con unos ojos llenos de sorpresa. No dijo nada y regresó a su lado de la cama. Yo me giré y me cubrí con la cobija. Esa noche no dormí pensando en semejante barbaridad. Creí que al día siguiente recapacitaría, me pediría disculpas y todo volvería a la normalidad, no fue así. Al contrario siguió insistiendo, me decía que eso fortalecería nuestra relación que según él había caído otra vez en la monotonía.
Su insistencia duró más de cinco meses, en los que los días se me convirtieron en un martirio. Pero amaba a mi esposo y terminé aceptando la propuesta. Como era su idea, él se encargaría de buscar a la persona indicada.
Un domingo cuando regresábamos de la iglesia me dijo emocionado que había encontrado a la persona.
-  ¿Y quién es?
-  Mi hermano Beto. Está casado y sé que no le es infiel a su esposa. Es una persona sana.
-  Estás loco si crees que me acostaré con él.
- Mi amor, te prometo que solo será una vez. Ya hablé con él y aceptó las condiciones.
Le dije que no, pero como la vez anterior me fastidió día y noche hasta que acepté acostarme con su hermano con tal que nuestra relación mejorara. Otra vez me equivoqué.
Cuando llegó el día fuimos los tres a un hotel. Estaba muy nerviosa, su hermano era menor que Abelardo, tenía un cuerpo bien formado, pocas veces habíamos conversado. Y esa noche a pedido de Abelardo nos desnudamos delante de él que había acercado una silla al frente de la cama. Luego nos pidió que empezáramos a besarnos y acariciarnos. Sentía que mi alma se iba, nunca antes había estado con otro hombre. Beto con sus grandes manos recorrió mi espalda, me estrujó los senos y lentamente sus dedos se deslizaron por mi abdomen hasta perderse en mi vagina. Por más que quería pensar en otra cosa, el placer, y la facilidad con que encontró mi clítoris con sus dedos y luego con su lengua me hicieron estallar de placer. No volví a ver a Abelardo mientras su hermano me hizo suya, y en más de una ocasión gemí de placer.
Cuando todo terminó, lo único que quería era regresar a casa, darme una ducha e irme a la cama dormir y tratar de olvidar todo.
Los siguientes días Abelardo se desesperaba por hacerme el amor. Nunca hablamos de lo que pasó con su hermano. Me ausenté de las primeras reuniones familiares hasta que se me acabaron las excusas y compartimos la mesa junto a Beto y su esposa.
Por más que traté de actuar normal me fue imposible evadir su mirada, y de ello se percató Abelardo que de la noche a la mañana cambió mucho y en las siguientes días no hacia más que reclamar porque saludaba o intercambiaba una mirada a Beto.
-  ¿Crees que no vi y escuché cuando gritabas de placer en sus brazos? – me dijo.
-  ¡Pero fuiste tú quien me lo pidió!
-  ¡Eres una puta! – su voz se escuchó en toda la casa.
La relación empeoró hasta que un día Beto me esperó a la salida de mi trabajo. Quería repetir el encuentro, pero esta vez sin la presencia de Abelardo. Forcejeamos y al no aceptar me tiró al piso sin dejar de maldecirme y llamarme puta.
Cansada de tantos maltratos decidí huir. A Dante lo conocí cuando entré a trabajar en la empresa que laboraba. Sabía que era católico y a veces discutíamos sobre los lineamientos de su iglesia y de la mía. Y sin querer, Dante fue testigo de lo que Beto me hizo y a las pocas horas le conté toda la verdad.
A los tres días me fui de la ciudad con él. Estuvimos un tiempo en California y ahora por fin en Dallas. Dante es lo mejor que me ha pasado, nunca me juzgó por mi pasado, y si ahora te estoy contando todo esto es porque necesitaba desahogarme. Dejar todo atrás y empezar una nueva vida en esta ciudad, y sé que así será.
Rosmery sonrió levantando su vaso de naranja y yo no supe qué decir luego de escuchar semejante historia.

5 comentarios:

  1. Uffff... uffff... no es oro todo lo que reluce, ni mierda todo lo que huele mal!

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    1. Siempre diré que la vida real supera la ficción...

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    2. asu k fuerte, con el hermano uy.

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  2. Regla basica para los trios, no debes sentir amor por alguno de los iuntegrantes.. muy chida la historia. Ahora una tuya Fermina!!

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  3. creí k sería aburrida,pero alfinal me atrapo.. k historía!!!

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